Historias Desobedientes  La superación de la dictadura en Sudamérica

Historias Desobedientes
Historias Desobedientes Ilustración: Lorena Barrios/elsurti

Un colectivo integrado por descendientes de criminales de la dictadura argentina enfrenta el pasado familiar y dice “no” a la negación y la complicidad. En los últimos años, el movimiento ha llegado, además de Argentina, a otros países y, más recientemente, a Paraguay.

Analía Kalinec se presenta como maestra, psicóloga, madre de dos y como hija de un genocida. El 31 de agosto de 2005 estaba con su hijo de un año y medio en brazos, a punto de dejarlo en el jardín. Su mamá la llama y le dice: “Quedate tranquila pero a papá se lo llevaron preso”. La negación fue un primer mecanismo de defensa: “No, hay un error. Mi papá no, no puede ser. Mi papá me va a explicar”. No sabía por qué lo detenían.

En ese momento, habían comenzado a reabrirse los juicios por delitos de lesa humanidad y su papá, Eduardo Kalinec, se había retirado de la policía poco tiempo antes. Él es conocido como “Doctor K” por sus víctimas y personas secuestradas en los centros clandestinos Atlético, Banco y Olimpo de la Ciudad de Buenos Aires durante la última dictadura cívico-militar (1976-1983). Fue condenado en 2010 a perpetua por secuestros, torturas y asesinatos.

Según relata Analía en su libro Llevaré su nombre, dentro de la dinámica familiar, Eduardo Kalinec era un papá amoroso, protector, totalmente disociado de otros mundos. En su casa no se hablaba de la dictadura ni de lo que hacía él. “Yo sólo sabía que era policía. El momento en que mi papá quedó detenido significó un quiebre personal para mí”, recuerda.

Por la memoria, la verdad y la justicia

“¿Ustedes son hijas de desaparecidos?”, preguntó una señora durante una marcha de Ni una menos el 3 de junio de 2017. “No”, respondió Analía Kalinec. “Nosotras somos hijas de genocidas”. Analía es miembro del grupo Historias Desobedientes. Junto con otros tres miembros del grupo, ella marcha sosteniendo una bandera de tela. La leyenda del banner decía: “Hijas e hijos de genocidas por la Memoria, la Verdad y la Justicia”. Esa fue la primera aparición pública del colectivo Historias Desobedientes.

Obedecer viene del latín obaudire, que significa escuchar, entender lo que le dicen a uno y seguir ese mandato. “Desobedecer tiene que ver con desoír lo que se nos está diciendo. Nosotros venimos de familias donde imperan cosmovisiones del mundo a las cuales vamos renunciando y nos vamos oponiendo”, dice Analía Kalinec.

Confrontar el pasado para no repetirlo

Historias Desobedientes se fundó el 25 de mayo de 2017, a minutos de lo que en Argentina se conoció como la histórica marcha del 2x1, que convocó a miles de personas en las calles en contra de una sentencia de la Corte Suprema. El fallo 2x1 beneficiaba a represores con la excarcelación. Ahí es cuando las primeras voces desobedientes se hicieron públicas.

Pero la emergencia de Historias Desobedientes está también ligada a la historia de un país “que ha juzgado a sus propios responsables de crímenes de lesa humanidad con sus propios tribunales y sus propias leyes, algo que no ocurrió en ningún otro país ni en ningún otro continente”, dice Analía Kalinec. No se puede entender sin el trabajo de organismos de derechos humanos, de las Madres y las Abuelas de la Plaza de Mayo, de la voluntad política del expresidente Néstor Kirchner y la confluencia de todos los poderes del Estado para revisar y confrontar el pasado para no repetirlo.

Hijos y hijas, nietos y nietas, sobrinos y sobrinas

Cuatro años después de ese Ni una menos de 2017, en Argentina, las desobedientes se convirtieron en decenas. Hoy son más de 150, y ya no son solo hijos e hijas. También son nietos y nietas, sobrinos y sobrinas de represores. “Asumimos el horror de lo que hicieron nuestros familiares, no sin dolor, no sin costos emocionales, no sin costos familiares, pero que entendemos que el deber social de repudiar estos crímenes, un deber social de luchar y de trabajar para que esto no vuelva a repetirse. Por eso salimos a dar testimonio”, explica Analía Kalinec.

La existencia del movimiento pronto llegó a oídos de la prensa internacional. A Historias Desobedientes en Argentina se incorporaron personas de Chile. En 2019 fundaron un capítulo allí. En 2020 la idea llegó a Brasil, recientemente a Uruguay y España. En 2021 se asentó en Paraguay.

Una lucha por la memoria viva en Latinoamérica

En un acto organizado por la Coordinadora de la Organización de Defensa de los Derechos Humanos Codehupy, en la plaza de la Democracia, situada en la capital Asunción, se presentó públicamente el capítulo de Historias Desobedientes en Paraguay. Además de representantes de Argentina y Chile, estuvieron Alegría González y Olinda Ruiz, las primeras en dar ese paso en un país que tuvo 35 años de dictadura. A ambas les da algo de vergüenza admitir que no sabían mucho del régimen de Alfredo Stroessner, que gobernó Paraguay como dictador entre 1954 y 1989, hasta que dejaron la adolescencia. Dicen que en sus colegios poco o nada se hablaba de eso. También, ambas comparten el dolor que sintieron al enterarse del rol que tuvieron sus familias.

En la casa de Alegría González no se cuestionaba la dictadura. Cada 3 de noviembre, aniversario del nacimiento del dictador, se celebraba. Pero a sus 27 años, desde la fotografía y el arte visual trata de construir una mirada crítica hacia esa relación. El primer quiebre ocurrió cuando le contó a su familia que era lesbiana. Eso le impuso una distancia que le ayudó a mirar su vida desde un nuevo ángulo. Revisaba una página de exiliados paraguayos en Argentina cuando un testimonio le llamó la atención. Hablaban de Alberto Planás, su bisabuelo paterno. Lo vieron borracho en una cámara de tortura. Fue Jefe de Investigaciones de Stroessner.

Los archivos “del terror familiar”

Olinda Ruiz estaba en la facultad cuando fue al Museo de las Memorias en Asunción por primera vez. En una lista de nombres de policías torturadores identificados con los testimonios de víctimas del régimen dictatorial uno le era familiar: Julián Ruiz Paredes, su abuelo. “Salí del museo, llamé a mi mamá llorando y ahí empezó el proceso de hacer las primeras preguntas en mi familia”, cuenta. Olinda Ruiz tiene 33 años, es psicóloga. Investigando se topó con una demanda de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos contra el Estado paraguayo por la detención ilegal y arbitraria, tortura y desapariciones forzadas entre 1974 y 1977. Allí también figuraba su abuelo.

En lo que ella llama “los archivos del terror familiar” encontró una serie de documentos que su abuela guardó y que Olinda Ruiz desempolvó luego de su muerte. Logró confirmar el cargo que ocupó en la dictadura Julián Ruiz Paredes: director de vigilancia y delitos, una dirección dentro del departamento de Investigaciones de la policía, lugar donde se realizaban interrogatorios, torturas y ejecuciones bajo el mando de Pastor Coronel [uno de los torturadores más emblemáticos de la dictadura paraguaya]. Su abuela, Olinda Gregor de Ruiz, también policía, trabajó en la dirección de Identificaciones.

Un capítulo nuevo en Paraguay

Con los documentos en mano, callar dejó de ser una opción. A Olinda Ruiz le costó saber todo lo que su papá sí sabía de su abuelo. Que mataba y torturaba, lo sabía. “Pero en la generación de mi papá, al menos él sostuvo el silencio familiar como una manera de resguardo. La violencia desmedida de mi abuelo también la vivían en el interior de su casa”, explica Olinda. Eso cambia con ella. “Hay una distancia generacional muy importante que permite que los nietos podamos romper el silencio de una forma más sencilla y confrontativa. El tiempo hace que yo pueda hablar”, dice.

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