La Escuela Viva “Mbya Arandu Porã” reúne experiencias en el Bosque Atlántico y propone una nueva forma de pensar la educación: arraigada en el territorio y conectada a la cosmología guaraní.
La Tierra Indígena Ribeirão Silveira del pueblo guaraní se encuentra en la costa norte del estado de São Paulo, Brasil, entre el mar y la sierra. Es uno de los territorios indígenas donde las prácticas cosmopolíticas albergan un pulso constante de la memoria y el conocimiento guaraní. Carlos Papá y Cristine Takuá han trabajado en la región durante más de 20 años y actualmente coordinan la Escola Viva (“Escuela Viva”) – Punto de Cultura “Mbya Arandu Porã”, parte del proyecto “Escolas Vivas”, un movimiento que apoya proyectos indígenas que fortalecen y transmiten sus conocimientos tradicionales.En las Escolas Vivas, niños y jóvenes indígenas aprenden sobre plantas y animales caminando por el bosque con sus mayores, en un entorno donde la ciencia y la vida son inseparables: se transmiten a través de la escucha, del cuerpo y del caminar. El conocimiento indígena surge de una interacción directa con el entorno o, como diría el antropólogo británico Tim Ingold, de una “educación de la atención”: un conocimiento construido a través del movimiento y la agudización de los sentidos. Según Carlos Papá, el arandu (sabiduría) surge de la capacidad de “sentir la propia sombra” y descifrar los “códigos del bosque”, una forma de conocimiento que implica concentración, escucha espiritual y diálogo con seres visibles e invisibles.
En los últimos años, Carlos Papá y Cristine Takuá han buscado rescatar el nombre guaraní del Bosque Atlántico, que los antiguos llamaban Nhe'ẽry, término traducido como “el lugar donde se bañan las almas”. Los guaraníes consideran la selva un legado de ancestros divinos y un hogar compartido con otros seres. Por lo tanto, no se considera un paisaje intacto. En la cosmología indígena, la Tierra, la selva, los ríos y las montañas son seres vivos, habitados y moldeados por seres visibles e invisibles en una red de intercambios cosmológicos que garantizan su existencia. En este contexto, el papel de los agentes cosmopolíticos cobra una importancia fundamental.
Territorio sagrado y devastado
El territorio tradicional guaraní mbya se ubica en el Bosque Atlántico, un bioma marcado por una larga historia de devastación, donde hoy en día queda menos del 7% del bosque original. Los guaraníes suelen cantar canciones tristes que narran la destrucción causada por los jurúa (pueblo no indígena).
En los últimos años, pensadores indígenas también han advertido sobre la conexión entre la erosión de sus lenguas y la destrucción de los bosques. Con la desaparición de las lenguas indígenas, se están borrando mundos enteros: formas de sentir, conocer y habitar la Tierra que sustentan la delicada red de relaciones cósmicas y –como diría el chamán e intelectual yanomami Davi Kopenaw– impiden que el cielo se derrumbe.
Teko Porã, el buen vivir
Para los guaraníes, el bosque es esencial para el desarrollo de lo que consideran el “buen vivir” o la “buena vida”, Teko Porã, que, según Cristine Takuá, puede traducirse como “la buena y bella forma de ser y vivir”. En la cosmología guaraní, el buen vivir se basa en el diálogo, el cuidado y la reciprocidad entre humanos y no humanos, y se guía por el comportamiento de sus ancestros.
A través de la experiencia de escuchar, observar y caminar junto a los seres de la selva, los pueblos indígenas construyen conocimiento. Los guaraníes, en particular, poseen una comprensión precisa de los ciclos lunares, las estaciones y los ritmos de crecimiento de plantas y animales. Desde pequeños, aprenden a reconocer a cada habitante de la selva y a distinguir qué les sirve de alimento, medicina y materia prima.
Para usar estos elementos, deben negociar con los espíritus y deidades del bosque, por lo que entonan oraciones y canciones para guiar la agricultura, la caza y la pesca. Las prácticas guaraníes de cuidado y reciprocidad tienen sus raíces en el nhandereko, la forma colectiva de ser en el mundo, basada en el no acaparamiento y la gestión respetuosa del bosque y todos los seres conectados a él, y reflejan una sabiduría transmitida de generación en generación.
Arte, educación y traducción
Las poblaciones indígenas critican enérgicamente las prácticas occidentales que reducen el bosque a un mero recurso material y destruyen la naturaleza y sus formas de vida. Los chamanes, artistas y pensadores indígenas actúan como traductores de sus cosmologías, abriendo caminos para el diálogo con la sociedad occidental, buscando superar tensiones mediante la escucha, el respeto y las alianzas, y haciéndose eco de las problemáticas indígenas en la crisis socioambiental. La traducción y la mediación que realizan los pueblos indígenas es un activismo comprometido con sus luchas por el territorio, sus derechos originarios y, sobre todo, con el buen vivir.
Carlos Papá y Cristine Takuá adoptan un enfoque ecológico y lideran actividades de fortalecimiento cultural mediante rituales de sanación, oraciones, cantos y danzas en Escola Viva, pero también fuera de su territorio, interactuando con aliados no indígenas. Además, fomentan y realizan talleres de pintura, cine y fotografía con niños y jóvenes indígenas, y desarrollan un vivero con plántulas de plantas nativas del Bosque Atlántico. La valentía de seguir escuchando, a pesar de las asimetrías con el mundo no indígena, marca la fuerza política y pedagógica de estos dos actores en este diálogo.
Posponiendo el fin del mundo
Innumerables experiencias indígenas demuestran, en la práctica, maneras de crear relaciones positivas entre los seres humanos y la naturaleza. Al cuidar la tierra y los bosques y realizar sus rituales, los pueblos indígenas no solo continúan cultivando la vida y manteniendo el bosque en pie, sino también sus palabras, conocimientos y recuerdos. Así, evitan su olvido y nutren la delicada red de vínculos cósmicos que sustenta el equilibrio de la vida en el mundo que habitamos.
La fuerza de las iniciativas de reexistencia indígena reside en su capacidad de combinar arte, educación, agricultura y política. Para los pueblos indígenas, no se trata solo de proteger los bosques, sino también de sustentar los mundos que albergan. Los
guaraníes siguen enseñando que debemos cuidar nuestras memorias, nuestras relaciones y nuestra capacidad de escucha para posponer, juntos, el fin del mundo.