Este principio se basa en la idea de que los/las estudiantes que participan activamente en su proceso de aprendizaje procesan los contenidos de manera más profunda, lo que se traduce en mejores resultados.
Un alumnado activo contribuye al desarrollo de la clase a través de preguntas, reflexiones e intercambios con sus compañeros. Explora por sí mismo estructuras lingüísticas, identifica patrones, asume tareas organizativas y de gestión del aprendizaje, e incluso desempeña ocasionalmente actividades de carácter docente.
Al trabajar en contextos adecuados, los/las estudiantes muestran mayores niveles de motivación y concentración. Además, desarrollan una mayor conciencia sobre sus conocimientos y su propio proceso de adquisición del idioma.