Habitar un puerto

En torno al proyecto Casa propia de Marie Bovo y Piotr Zamojski. Por Nathalie Goffard.

Habitar un puerto_Foto 1 © Marie Bovo (recorte)

Ningún lugar está aquí o está ahí. Todo lugar es proyectado desde adentro. Todo lugar es superpuesto en el espacio.

Oscar Hahn, “Ningún lugar está aquí o está ahí”, Mal de Amor, 1981

Siguiendo la lógica del intercambio internacional, Resonancias está concebido como un programa de residencias de carácter interdisciplinario en el que se ha invitado a duplas creativas y/o colaboraciones artísticas. Es más, no solo permite cruces y diálogos entre diferentes nacionalidades y lugares de residencias, sino también entre distintas prácticas artísticas (visuales, escénicas, mediales, sonoras) y diversas disciplinas, como la antropología, la arquitectura, el cine o la astronomía, poniendo énfasis en la importancia de considerar las problemáticas locales de Chile.
          Para la convocatoria 2021, se han propuesto como posibles líneas de investigación la solidaridad; los vínculos humanos; la otredad; la relación entre territorio y conflicto, entre medioambiente y sustentabilidad; la desigualdad entre hombres y mujeres; el artivismo; y la participación ciudadana, comunitaria y democrática.
 
En otras palabras, se invitó a la/os postulantes a investigar varias de las principales ideas fuerza del pensamiento actual -a grandes rasgos relacionados con el giro espacial de las humanidades, la perspectiva de género y la consciencia ecológica-  durante el programa, siempre y cuando se enfoquen en problemáticas locales -cultura, identidad y circunstancias socio-políticas y geopolíticas actuales-, considerando tanto los espacios de intercambio con la comunidad artística, científica, académica, como el público general.
          Algunas de las líneas propuestas por la convocatoria, particularmente aquellas relativas a las relaciones interpersonales, a la colaboración, al intercambio humano en un determinado espacio o lugar, parecen haberse vuelto nociones lejanas, descontextualizadas, abstractas -casi de otros tiempos- al haber transcurrido ya un segundo año de pandemia, con gran parte de las fronteras cerradas, las ciudades vacías, el espacio público desocupado y el libre desplazamiento humano controlado por los Estados. Por otro lado, conceptos como el de espacio doméstico adquiere una nueva lectura y realidad en el marco de los constantes cuarentenas y confinamientos vividos. En efecto, la idea misma de casa ha cobrado otra dimensión espacial, social y simbólica en el presente.
Habitar un puerto_Foto 2 © Piotr Zamojski (recorte)
Casa propia es justamente el título del proyecto de la/os artistas Marie Bovo y Piotr Zamojski, dupla que realiza su residencia en Resonancias en alianza con el Festival Internacional de Fotografía de Valparaíso (FIFV), y en medio de este este incierto clima actual.
          Marie Bovo, nacida en 1967 en Alicante, ciudad portuaria española, actualmente residente en Marsella, Francia, y Piotr Zamojski, nacido en 1963 en Gdynia, pero residente de Düsseldorf, Alemania, trabajará en la ciudad -también puerto- de Valparaíso. De hecho, es aquella singularidad de la identidad y cultura portuaria lo que, según la/os artistas, actúa como hilo conductor en este proyecto, que se despliega luego hacia nociones como el desarraigo, el exilio, la migración, el tránsito, la frontera y la identidad múltiple.
          Cabría mencionar que la historia de Marie y Piotr es también la de una generación entera marcada por los asilos y los exilios; la Guerra Fría, la posguerra y las guerras civiles; las persecuciones raciales, las segregaciones y los genocidios; los regímenes autoritarios y las distintas crisis económicas. Es más, habría que resaltar que la historia de la humanidad está tanto o más relacionada con los flujos migratorios, sean forzados o voluntarios, por razones políticas o motivos económicos, que con las historias de permanencia: el movimiento de los cuerpos es la constante, no así la estabilidad, aún menos el presente repliegue doméstico-fronterizo.
          No es casualidad que amba/os artistas reivindiquen una práctica artística de naturaleza híbrida, trans e interdisciplinaria desde la fotografía, el cine y el trabajo in situ, ya que al fin y al cabo todo suele estar conectado. Cuando se acostumbra a “habitar” en los pliegues e intersticios, como en el caso de Marie y Piotr, se suele aplicar esa experiencia vital de borrosidad de los límites en todas las demás aristas de la propia existencia. Tampoco es anodino que los temas escogidos por el binomio de artistas sean tópicos relativos a la arquitectura vernácula y al tejido socio-urbano, ejemplificados en cuestiones como la vivienda, los barrios portuarios y sus habitantes. Más allá de establecer todas las plausibles correspondencias geo-biográficas entre amba/os artistas, lo que nos invitan a pensar es en la noción misma de habitar: la casa, la ciudad, el puerto, el espacio, el mundo…
 
Incluso, se preguntan ¿qué significa ese “nosotros” en un determinado espacio? ¿Qué significa habitar la casa propia? ¿Acaso esta se va definiendo como tal a medida que transcurre un diario vivir en ella? ¿Son los posibles actos y relaciones intramuros los que la van convirtiendo en hogar? Al fin y al cabo, la casa habitada es el lugar simbólico que va configurando y afectando profundamente la propia identidad, más allá incluso que los derechos de sangre o de suelo que suelen establecer las naciones para el otorgamiento de nacionalidad en papel.
 
          La casa propia no es necesariamente una propiedad inmobiliaria, se hace también desde la costumbre, la rutina, la cercanía, el afecto: el hábito. Fern, el personaje nómada que vive en una casa-rodante en la película Nomadland (Chloé Zhao, 2021), dice: “No soy una persona sin hogar. No tengo casa, que no es lo mismo”.  Pensando en aquellas correspondencias posibles entre orígenes y migraciones, podría decirse que no tener nacionalidad no significa entonces necesariamente no tener identidad. ¿No es algo así lo que proponen Bovo y Zamojski desde la condición migrante e incluso portuaria?
          Habitar viene de la palabra latina habitare, frecuentativa de habere (tener) que significa literalmente “tener reiterativamente algo”. Habitar es entonces poseer un hábito creado espacio-temporalmente. Cabría entonces detenerse en la trayectoria de Marie Bovo y Piotr Zamojski y revisar cómo, desde sus respectivas prácticas artísticas, han ido reflexionando sobre cuestiones relativas al habitar, la identidad múltiple y la borrosidad de las fronteras.
          Sería factible reconocer patrones y reiteraciones en ambos trabajos artísticos.  Aquí abundan los espacios intermedios, liminales o intersticiales; los lugares de paso, de tránsito; las preferencias por las superficies y umbrales que hacen dialogar el espacio exterior con el interior, lo público con lo privado. Asimismo, pasa con Marie Bovo y sus vistas desde la ventana y la vía férrea, sus detenciones viajando en tren -como sucede en Grisailles (2010), Nocturnes (2013) y Stances (2017)- o en el desplazamiento vertical de una mirada circunscrita a patios interiores de edificios, como si buscara una salida o una escapatoria, en el caso de Cours intérieures (2008-2009).
Habitar un puerto_Foto 3
Por su parte, Piotr Zamojski se detiene más bien en la historia de los lugares, los estratos mnémicos, la arqueología de los espacios, los palimpsestos y los sites specific, optando frecuentemente por la proyección o intervención de textos sobre superficies para resignificarlos y reactivar el denominado genius loci o “espíritu del lugar” (lo que lo hace único). Así ocurre en Refrain (2013), O prime (2017), Playback (2018/2019) y Gastatelier (2020). Inclusive, se reconoce su interés por las capas y huellas mnémicas a través del registro realizado de afiches y muros en la cárcel de Valparaíso (2000 y 2002).
          Bovo y Zamojski buscan (re) activar las superficies y los bordes de los lugares habitualmente desatendidos y nómadas -los espacios otros-, haciendo visible las distintas temporalidades arqueológicas y los contextos históricos, geográficos, sociales y culturales. En el caso particular de Casa propia, la dupla propone reflexionar sobre la mezcla arquitectónica característica de Valparaíso: la vernácula empinada en los cerros sintomática de una geografía accidentada, la herencia modernista y el esplendor de fines del siglo XIX, la construcción industrial ligada al comercio marítimo, el pasado colonial, pero también la historia presente de las comunidades populares de esa ciudad portuaria, declarada Patrimonio de la Humanidad en el 2003 por la UNESCO.
               He aquí la bendición y maldición de una ciudad-monumento que ha padecido el exceso de pintoresquismo, la sobre-estetización de la ruina y la espectacularización de la pobreza. Sobreviviente y resiliente, ha resistido a múltiples desastres socio-naturales [1] tales como incendios, aluviones, terremotos y tsunamis, reinventándose una y otra vez. “¿Qué ciudad chilena tiene más problemas de escasez de suelo para el desarrollo urbano que Valparaíso y, al mismo tiempo, más habilidad para acomodar actividades, hogares, diversidad social y circulaciones en arreglos urbanísticos tridimensionales que rebasan el orden planimétrico de los planos reguladores?” [2]
               Son de hecho estas capas históricas y sincréticas, esas grietas ruinosas e imperfectas, las que intrigan y fascinan tanto a poetas como a artistas. Son estas mismas las que interesaron a la peculiar dupla franco-española-alemana-polaca. Desean investigar y trabajar con el territorio porteño desde las ideas de fragmentación y acumulación, inspirándose en parte en las investigaciones pasadas del arquitecto Eduardo Vargas o, más recientemente, en el proyecto de reconstrucción sustentable Minga Valpo, que plantea la reconstrucción de las zonas afectadas por los incendios ocurridos en 2014 a partir de la eficiencia energética, el reciclaje de materiales y la participación activa de las familias habitantes en la (re)construcción de la propia casa, entendiendo esta experiencia espacial en concordancia con su contexto inmediato.                   
          Habitar no sería entonces solamente una experiencia espacial, es igualmente temporal, tal y como lo dice el fragmento del poema La casa propia de Oscar Hahn, citado por Bovo y Zamojski para ilustrar su proyecto: “El presente es el lugar donde habito mi casa propia”. Entonces, solo se habita en la constancia y reiteración de ese presente continuo. Incluso, no solo compete a la casa propia, sino a todo espacio habitual.
          Dicen de los ribereños, a diferencia de los montañeses o los isleños, que tienden a ser más abiertos-al-mundo. Dicen también de la/os porteña/os -que no son solo los habitantes de Valparaíso- que suelen ser más adaptativos ante la adversidad. Al parecer, la expresión “llegar a buen puerto”, que significa lograr los objetivos a pesar de las dificultades, tomaría aquí todo su sentido. ¿Qué tiene de particular habitar un puerto? ¿Valparaíso?
          Insistiendo en aquella afinidad con la identidad portuaria preconizada por Marie Bovo y Piotr Zamojski, la Casa propia no sería solo una casa, sino más bien ese lugar único e irrepetible que llamamos hogar, no completamente sellado en su interior, ni realmente abierto al exterior, que dialoga tanto con el espacio de los otros como se activa con la propia intimidad.
Habitar un puerto_Foto 4a © Piotr Zamojski (recorte)
Habitar un puerto_Foto 4b © Piotr Zamojski (recorte)
Nathalie Goffard. Chile, 1975. Teórica del arte y ensayista en el campo del arte contemporáneo y los estudios visuales. Sus áreas de investigación se centran principalmente en la fotografía y el paisaje. A la fecha ha publicado una treintena de ensayos para catálogos de exposición, libros de artistas, textos curatoriales y artículos, tanto a nivel nacional como internacional. Es autora de los libros “Imagen criolla, prácticas fotográficas en las artes visuales de Chile” (Metales Pesados, 2013) e “Intramuros. Palimpsestos sobre arte y paisaje” (Metales Pesados, 2019).


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[1] Los especialistas del área se refieren a un “desastre de origen natural” o “socio-natural”. Es un error común hablar de desastres naturales, pues todo evento denominado como amenaza natural deviene un desastre solo en función de las decisiones humanas tomadas, tales como la exposición y la vulnerabilidad del asentamiento.

[2] SABATINI, F.; FORNO, S.; MORA, P.; BUSTOS. M. “Valparaíso: cerros de gente, cultura de diversidad”, p. 178, En SABATINI, Francisco, ed.; WORMALD, Guillermo, ed.; RASSE, Alejandra, ed. y TREBILCOCK, María Paz, ed. Cultura de cohesión e integración social en las ciudades chilenas. Santiago de Chile: Colección Estudios Urbanos UC, 2013. pp.174-204.

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