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Bruselas
Rachida Lamrabet, Escritora

De Rachida Lamrabet

Rachida Lamrabet © Koenbroos

¿Qué podría simbolizar para usted su situación actual o la de su país?

Las calles vacías, las estaciones de trenes vacías en la capital de Europa. Estamos obligados a quedarnos en el mismo lugar. A no movernos. A no cruzar fronteras, ni siquiera las de nuestro propio barrio. La libertad de movimiento es una de las libertades fundamentales que nosotros, occidentales, dábamos por garantizadas. Con nuestros pasaportes europeos viajábamos por el mundo. Ahora no podemos. Eso es algo nuevo. Ahora experimentamos lo que han vivido otras personas, como los migrantes, los refugiados y los pobres.

Pero seguimos siendo “privilegiados” porque, aunque no nos podemos mover, todavía podemos consumir. Tenemos todas esas tiendas online que nos ofrecen traer sus productos hasta la puerta de nuestra casa.

Ya no somos ciudadanos en movimiento pero todavía somos consumidores. De este modo, la paralización de actividades no es tan disruptiva: todavía nos permite, hasta cierto punto, seguir con la vida que llevábamos. Se puede comprar y consumir y seguir siendo “irreflexivos” en el sentido que le da Hannah Arendt, de distancia con la realidad de nuestros actos. Actuamos pero no pensamos.

¿Cómo cree que la pandemia transformará el mundo? ¿Qué consecuencias ve en el largo plazo?

Encerrados en nuestras casas, sin libertad de movimiento, habiendo perdido en cierto punto nuestras rutinas y hábitos, tenemos la oportunidad de combatir la irreflexión y de volver a pensar.

Mi parte ingenua cree que, como estamos obligados a dejar de circular, redescubriremos el poder del pensamiento, el poder del diálogo con uno mismo. Estamos obligados a quedarnos en casa, y nuestra casa es nuestro yo íntimo, dentro de nuestra cabeza y nuestro cuerpo. Tenemos la oportunidad de conocernos más a nosotros mismos, de empezar un diálogo interior en lugar de navegar por la rutina, los hábitos y las respuestas fáciles. Volver a pensar podría ser muy efectivo, ya que se cuestionaría el statu quo, y esto podría llevar a cambios en el sistema. Nos permitirá llegar a la esencia de lo que significa ser humano en este planeta que tenemos el privilegio de habitar y de usar por un tiempo antes de entregárselo a la generación siguiente.

Si redescubrimos nuestra capacidad de pensar, nos haremos preguntas incómodas como: “¿Quién soy?”, “¿Qué diablos estoy haciendo?”, “¿Cuál es mi objetivo en la vida?”, “¿Esta vida me hace feliz a mí o a las personas que quiero?”

Es un buen momento para volver a la obra de Hannah Arendt y a sus reflexiones sobre el poder del pensamiento en La vida del espíritu:

“Inevitablemente, el pensamiento tiene un efecto destructivo y socava todos los criterios establecidos […] Estos pensamientos congelados, parece decir Sócrates, son tan manejables que puedes usarlos mientras duermes; pero si el viento del pensamiento que ahora voy a soplar dentro de ti te arranca del sueño y te vuelve plenamente despierto y vivo verás que en tus manos no tienes nada que perplejidades.”

Espero que, como consecuencia de esta crisis, despertemos como seres pensantes.

¿Qué le da esperanzas?

El virus nos conecta, nos recuerda que todos tenemos el mismo cuerpo y la misma mente, que somos vulnerables y mortales, pero también que somos seres pensantes.
 

La capacidad de pensar, escribe Arendt, “no es una prerrogativa de unos pocos sino una facultad presente en cada cuerpo”, el llamado a pensar es para todo el mundo –más allá de su posición, de la inteligencia o el deseo–, es un el llamado a practicar los hábitos de una vida reflexiva, a soportar la incomodidad del viento del pensamiento, a sostener esa difícil amistad consigo mismo. (“Thoughtlessness, Sloth, and the Call to Think”, Hannah LaGrand)


Veo gente que sueña y piensa en voz alta. Pienso que tenemos la habilidad de reimaginar nuestro mundo, de refutar el dogma de que no hay alternativa. Podemos crear un futuro mejor que el mundo en que vivimos ahora.

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