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La historia de un país
Monumentos efímeros

Monumento a Colón, Paseo de la Reforma, Ciudad de México, México.
Monumento a Colón, Paseo de la Reforma, Ciudad de México, México. | © picture alliance / imageBROKER | Crossland, D.

En este ensayo Idalia Sautto escribe sobre la noción de monumento y por qué necesitamos que estas obras perduren de manera natural, sean apropiadas por la comunidad y no tomadas por una vieja historia que ya no encaja con el presente.

De Idalia Sautto

La estatua de Cristóbal Colón, diseñada por Manuel Vilar en 1858, ha visto crecer y cambiar la ciudad de México a lo largo de 163 años, su última morada en la glorieta de Reforma llevó su mismo nombre: “glorieta de Colón”. En nuestro imaginario estas estatuas representan monumentos históricos, hoy pensamos en la polémica sobre este Colón pero igual que los leones que custodian el hemiciclo a Benito Juárez, o el Ángel de la Independencia, sobre ellos han pasado las diferentes marchas que ha tenido la ciudad en los últimos treinta años y se han ido interviniendo, son manchados para después ser limpiados, han sido espacios que sirven para mostrar el descontento, el hartazgo.

En el caso específico de las estatuas de Cristóbal Colón, en Latinoamérica se comenzó una activación para derrumbar todos los “Colón” que existen en las ciudades, una protesta que viene desde un grupo feminista y que se fue replicando en países como Chile, Bolivia, Argentina, Colombia y México, aunque en este último país, el gobierno tomó cartas en el asunto y la madrugada previa a la marcha para derrumbarlo, fue retirada para “restauración”.

La importancia de los monumentos

El público se divide entre defender un monumento por ser histórico, por su calidad de documento de la Historia y, por otro lado, la posibilidad de marcarlo, de hacer visible su caducidad y la urgencia que requiere el cambio de un discurso histórico para dejar de pertenecer a lo que en algún momento del siglo XIX se instauró como digno de homenaje.

La pregunta sobre qué nos hace ser una persona y junto con otras, un pueblo, una nación, un país, va de la mano también de aquellas cosas que desde el invento de los monumentos nos representan como individuos. Y pensar en el primer monumento levantado por el hombre es un regreso a la contingencia humana. Enterrar un ser querido, colocar una piedra encima, una cruz, una placa, un monumento, es el intento para que la existencia no se disuelva en la nada; preservar la memoria.

Desde que se comenzaron a proteger documentos en un archivo, y posteriormente se fueron creando instituciones que se dedican a guardar, catalogar y etiquetar la historia de la humanidad, sabemos que hay un sesgo, una postura, una autoridad que dicta cómo debe ser tratado el discurso de nuestro pasado. Quizá es un lugar común decir que Hegel vio al espíritu pasar a caballo, cuando se refiere a la imagen de Napoleón, y es una corriente del siglo XIX pensar que la historia se cuenta a través de los grandes personajes que la hacen. No es una casualidad que nuestra cultura de monumentos a personajes ilustres provenga justamente desde esa idea, alguien fue tan importante como para darnos una noción de lo que somos, un monumento a Colón, pero aplica a cualquier otro personaje: Lenin, Humboldt, Lázaro Cárdenas…

En la ciudad de México existen al menos dos monumentos que llaman la atención: el monumento a los niños de la calle, dos niños disfrazados de payasos encima de los hombros de un hombre representando un espectáculo de circo que sucede desde la década del ochenta hasta nuestros días en algunos de los semáforos, y otro es el del perro callejero, una silueta de un perro que cojea y cuyas costillas sobresalen. Dichos monumentos nunca han sido objeto de grafiti, su vigencia radica en mostrar una realidad que desde que fueron colocados sigue siendo actual, siguen los niños en los semáforos, siguen colocando globos en sus trajes de payaso, siguen también perros sin dueño en las calles de la ciudad. La historia que hay detrás de un monumento los hace continuar y en estos dos ejemplos está claro que salen del discurso oficial del estado mexicano, reflejan una realidad dentro de la ciudad.

La disputa por el monumento a colón

La glorieta de Colón fue un tema hasta que el gobierno se adelantó al posible daño que pudiera ocurrir con la escultura. Colón no fue presidente, ni niño de la calle, hay países que se pelean la nacionalidad de Cristóbal Colón, si fue catalán, genovés o portugués. Al bajar por las ramblas en Barcelona, llegar al Colón sigue siendo un punto de encuentro y referencia. La glorieta de Colón en Reforma era un lugar concurrido cuando existía el Sanborns de La Fragua, después cayó en el abandono, se fue despejando, la zona también dejó de tener el movimiento que tenía en la década del noventa, concurrida sobre todo por políticos que desayunaban, comían y cenaban cerca; tan habitual era esa vida cotidiana que ahí también asesinaron al político mexicano José Francisco Ruiz Massieu, a media cuadra de la glorieta, saliendo del hotel Casa Blanca.

La última intervención, que tiene lugar a la par de la escritura de este texto (octubre, 2021), fue hecha por un movimiento feminista en donde se colocó la imagen de una mujer con el puño en alto. Sobre las bardas de contención se puede leer “Glorieta de las mujeres que luchan”; un lugar para aquellas que han enfrentado violencia, represión e injusticia por parte del sistema. Al ser una voz que proviene desde la resistencia se le ha llamado antimonumenta, pero será quitado, eso es lo que podemos saber.
Un grupo de mujeres pinta la valla que protege el lugar donde estuvo la estatua de Cristóbal Colón en Ciudad de México. Un grupo de mujeres pinta la valla que protege el lugar donde estuvo la estatua de Cristóbal Colón en Ciudad de México. Esto ocurrió después de que activistas inauguraron una "antimonumenta" el 25 de septiembre de 2021, dedicada a las "mujeres que luchan". | © picture alliance / REUTERS | Luis Cortes Recientemente se ha dado a conocer que la glorieta será ocupada por una réplica de la pieza prehispánica “La joven de Amajac” en reconocimiento a las mujeres indígenas del país. Y volvemos entonces al mismo concepto de monumento que se tenía en el siglo XIX, representar algo que se supone nos dota de ser. En palabras de la gobernadora: “reconocer a las mujeres indígenas que nos dieron patria”. Frente a la figura de esta mujer que aún está en pie y que proviene de una apropiación colectiva, pone el dedo en una urgencia: la cantidad de injusticias y crímenes que se cometen a las mujeres en un país feminicida como México.

Sobre la misma avenida Reforma encontramos en cada rotonda un monumento, salvo la palmera. La palmera nunca ha sido tomada por asalto como ha sucedido con el agua convertida en “sangre roja” de la Diana Cazadora. El mensaje es claro, requerimos más monumentos efímeros, árboles que perduren de manera natural, que florezcan por estaciones, espacios de encuentro que sean apropiados por la comunidad y no tomados por una vieja historia que ya no encaja con el presente.

A escasas cinco cuadras de esta glorieta, sobre la avenida Buenavista, descansa otra estatua de Cristóbal Colón, hasta hace poco olvidada y hoy amurallada por barreras de contención. ¿Cómo podemos deconstruir un monumento sin que el gobierno quiera levantar un muro para acceder a él? Una opción es conservar el monumento derribado como sucede con algunos acantilados en donde el mar comienza a devorar la costa hasta que la marea lo consume. La otra es dejar el espacio a que sea intervenido y construido por la comunidad que lo transita. Sería más fácil si el gobierno cediera, sin miedo, a que la sociedad se apropie lo que es de todos, nuestra propia manera de escribir la historia de un país.  

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