Eliane Marques  “El Matadero”

“Entranhas do possível”, 2024. Pintura acrílica y rotulador permanente sobre lino crudo.
“Entranhas do possível”, 2024. Pintura acrílica y rotulador permanente sobre lino crudo. © Aislan Pankararu. Foto: Ricardo Prado

Inspirada en “El Matadero”, cuento escrito por el argentino Esteban Echeverría hacia 1838, que describe un escenario de hambre y violencia extremas, la autora brasileña Eliane Marques nos da un anticipo de su romance en proceso Guanxuma: la escasez de comida, la cantidad de hambrientos entre kilumbus y muntús, y la certeza de que el pan de mandioca nunca está demasiado caliente para quien padece hambre.

Las articulaciones, los músculos de la espalda y los costados del cuello latían con un ritmo acompasado, tum-tum-tum-tum-tum-tum-tum, y la hacían retemblar por el camino. Se sentía un piedrita lanzada con rabia en el fondo de una kacimba.¹ ¡Kiuá Nganga Pambu Njila! ¡Kiuá Njila!² El borde izquierdo de la boca, torcido en dirección del naciente, olfateaba menga,³ pues las narinas ya estaban agotadas por el tufo intenso. El terreno sobre el cual afirmaba los pies descalzados le castigaba el estómago con la gran polvareda que proporcionaba. ¡Arre! ¡Pambu Njila nunca se ablanda! Quien no crea ¡que cante!

¡Aiuá!⁴ Había llegado al destino que el camino le dictaba. El suelo lodoso regado de menga goteada de las arterias le calcinaba la mirada. Nueve o diez kilumbus⁵ rodeaban un muerto como si lo estuviesen velando. Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros... Algunos estaban a caballo, otros montados en sus botas, otros descalzos. Atrás de ellos se habían ubicado muntús,⁶ en silencio y sin zapatos, respetando las jerarquías de la vida; no había llegado, todavía, el tiempo del cambio.

Pero el machaqueo de bocas, un verdadero griterío. Por cierto, no se trataba de ningún velorio. Palabrotas inmundas, e incluso pornográficas, a pesar del día santo, inundaban los oídos de ella. El turbante colorado había perdido la función de frontera. Se apoderó de ella un ansia incontrolable de golpear, suavemente, la mbunda⁷ de un cerdito para saber a quién pertenecía, como decían los muntús parlanchines. Por eso se aproximó más y más a la turba mugrienta. ¿Qué palabrerío era ese?

Eeh... eeh. Como no disponían de títulos, medallas o estancias, también des-graciados a pesar de haber venido de Europa, intentaban resolver con el grito lo que la autoridad carnicera desresolvía. Esos kilumbus estaban fatigados por la pesada tarea de intentar adivinar el sexo del muerto. Ya estaban abandonando el fardo cuando un pelirrojo descamisado gritó:

¡Aquí están las pelotas!⁸

Vistiendo un delantal blanco, en las espinillas, todo manchado de menga, en una mímesis gaucha del arte impresionista, aquel que parecía el jefe, con el ceño adusto propio de la voz de mando, abrió espacio en medio de la turba. Con una cuchilla bien afilada, en un tris, retiró las pelotas del interior del muerto, se las mostró a los expectantes como si fuera un campeón de carreras que alza a los cielos el trofeo.
¡Sí, son los testículos! Gritó alguien.

¡Es un macho! Otro comentó.

Un macho-muerto en aquel lugar era algo terminantemente prohibido. Debía ser arrojado a los perros, porque ni el vientre de la tierra lo comería. Pero había tamaña escasez de comida en aquel tiempo y tantos hambrientos entres los kilumbus y muntús que el jefe resolvió cerrar los ojos en relación con las pelotas del muerto. Sin embargo, frustrados con la conclusión de que se trataba de un muerto-macho, los kilumbus se fueron en desbandada, puteando. Consideraron mejor llenar el estómago con las razones que solían inventar, al final estaba prohibido comer carne el viernes santo. Muntús se aproximaron al cuerpo del exviviente, también tenían razones para matar el hambre, pero eran otras: sabían que el pan de mandioca nunca estaría demasiado caliente para quien padece hambre.

¡Quiero sólo la panza y las tripas, señor!

¡Déjame la grasa!

¡Los riñones y el corazón para mí!

Bolas de sangre caían sobre las cabezas. Muntús, dueños de una taberna antigua del pueblo, arrastraban las entrañas del muerto; otros se llevaban los intestinos. Otros arrancaban uno tras otro los pedazos de grasa que el carnicero-jefe había dejado entre las tripas. Otros llenaban de aire los pulmones del muerto para poner adentro, una vez secos, las interioridades que iban recogiendo: hígado, corazón, riñones, intestino, patas.

*


¡Achureee-ra! ¡Achureee-ra!⁹

Con el turbante colorado que le tapaba las orejas, Inana pasaba una vez por semana. Entre la suerte y la mala suerte, iba y venía, repartiendo el viaje con ladridos habitados por un tiempo implacable que le impedía todo retorno. Venía tirando con los hombros una especie de carro de madera, de dos ruedas. No se sabía si los perros la habían adoptado a ella o si ella había adoptado a los perros.

¡Achureee-ra! ¡Achureee-ra!

Su presencia era anticipada por el anuncio de la voz. Y ella iba desfilando por el sendero la huella de las ruedas en la barriga terrena, y Lumingu iba abriendo la puerta estrecha de su casa y Munga, vistiendo una falda de calle y Eufrasia, atravesando ya el lodo encarnado para encontrarla. ¡Buenas! Inana sonrió sin mostrar los dientes. Un viento lamentable sopló suavemente y tocó sus nervios.

Delante de Eufrasia, abrió el paquete hecho con lona encerada. Se levantó una nube de moscas. La vendedora ambulante compró hígado y unos tres o cuatro pedazos de corazón. Lumingu, que se estaba acercando al carro, con su belleza delgada, pidió una porción pequeña de riñones. Munga compró intestinos y patas.

Terminada la venta, Inana envolvió otra vez el resto de achuras en un paquete. Se puso el carro a los hombros y se fue dejando tras de sí parte de la comida y sustento de Eufrasia, Lumingu, Munga y un montón de bantús y kilumbus que dependían del trabajo de ellas para vivir la vida.

Pobre del toro sacrificado aquel viernes santo en que ella estaba en el matadero, pobrecito, ni sabía que ese lugar estaba prohibido para un cuerpo como el suyo.

 

Notas del original portugués

 
1.Sinónimo de pozo de agua, la “k” muestra que tiene su origen en el idioma quimbundo.
2. Canto tradicional de saludo a la divinidad bantú Pambu Njila, señora de los caminos.
3. Sangre” en quicongo, una de las lenguas bantú predominantes en la conformación de Brasil.
4. Expresión de alegría en quimbundo, una de las lenguas bantú predominantes en la conformación de Brasil.
5. Termino inspirado en Changó, el gran putas, de Manuel Zapata Olivella, con el significado de personas que huelen mal.
6. Nombre dado a los integrantes de una colectividad bantú.
7. Nalgas en quimbundo.
8. [en castellano en el original] Testículos en castellano y referencia a la ciudad de Pelotas, en Río Grande do Sul (Brasil), centro de producción de carne seca en el siglo XIX.
9. “Achurera” viene de “achura”, palabra quechua que significa “comer sangre”. Las achureras era mujeres, generalmente negras, que vendían los menudos (intestinos, pulmones, bazo, corazón, etc..) del ganado bovino y de otros animales a la población más pobre en la región sur de Brasil y en el Uruguay, especialmente en el siglo XIX.

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