¿Fue el surrealismo una reacción al fascismo, o incluso su contraparte radical? ¿Cómo responde el arte actual a las tendencias políticas grotescas? Una conversación con Adrian Djukić, quien realizó la curaduría de la exposición “¿Vivir aquí? No, gracias” junto con Stephanie Weber y Karin Althaus en la Galería Municipal Lenbachhaus.
El surrealismo se considera uno de los movimientos artísticos más radicales del siglo XX. ¿Por qué?
Esto se debe principalmente a su surgimiento entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Algunos de sus fundadores ya habían combatido en la Primera Guerra Mundial y les disgustaba la idea de tener que representar a un país. Los surrealistas sabían que la sociedad en su conjunto debía cambiar para evitar que el mundo volviera a sumirse en la guerra. Estaban al tanto de la actualidad política, pero también eran muy versados en filosofía, y asumían que se necesitaba una gran revolución para superar los problemas que ya habían crecido enormemente en aquel momento.Otra prueba de su radicalismo residía en su intento de transformar el arte, que consideraban un fracaso. Al mismo tiempo, se posicionaron en cuestiones políticas: el anticolonialismo, el anticapitalismo y el internacionalismo ya eran posturas explícitas en la década de 1920. En otras palabras, eran auténticas reivindicaciones considerables.
El arte surrealista enfatiza lo extraño, lo onírico y lo inconsciente. ¿Cómo se manifestó esto exactamente?
Había muy diferentas perspectivas: había artistas surrealistas que archivaban sus sueños, que compartían en revistas, por ejemplo. Trabajaban con técnicas que les impedían parcialmente el control sobre sus imágenes, como la cocción de negativos, la doble exposición o la aplicación de pegamento a placas fotográficas. Su arte era a menudo experimental y recurrían al principio del collage para lograr las conexiones más sorprendentes posibles. Así, el sueño era menos una vía de escape que una forma de presionar contra un mundo moldeado por objetivos y explotación.
Desde el Renacimiento, el término “extraño” o “grotesco” ha descrito fenómenos que cuestionan el orden del mundo, ya sean estados de emergencia psicológica y sueños, o ideas audaces y creaciones ingeniosas. ¿Qué papel desempeñó lo extraño en el surrealismo?
Los efectos extraños o grotescos, que los surrealistas más valoraban, creaban paradojas y ambivalencias. Sin embargo, el arte no es ni bueno ni malo, sino que tiene su propia cualidad. Muchos de ellos también lo entendieron como una herramienta antifascista contra un mundo excesivamente estrecho.
¿Hubo algún artista que hiciera de lo extraño un elemento central en su obra?
Quizás los escritos de Aimé Césaire, pionero de la Liberación Negra, cofundador de la revista y cercano al surrealismo, llevaron lo extraño y lo bizarro al extremo. Invirtió la idea por completo: lo grotesco es el mundo mismo, no algún tipo de arte extranjero. Esto es particularmente evidente en el colonialismo, una barbarie que, ante todo, desciviliza al colonizador, brutalizándolo y degradándolo.
Surrealistas como André Breton y Max Ernst entendieron su arte no solo como un experimento, sino también como un acto de resistencia contra la racionalidad y los sistemas autoritarios. Los regímenes fascistas, en cambio, enfatizaban el orden, la claridad y la disciplina. ¿Fue el surrealismo la antítesis del fascismo?
También se invirtió mucha energía en analizar el fascismo para combatirlo mejor y, junto a la Resistencia, se desarrolló un humor antiautoritario que hace que incluso los intentos impotentes de la derecha actual de desarrollar algo así como humor y frescura parezcan ridículos.
¿Podemos llamar al surrealismo un movimiento artístico antifascista porque rompe con lo normal y lo convencional? En concreto: donde el fascismo busca imponer la conformidad, el surrealismo celebra lo desviado, lo inconsciente, lo “salvaje”?
Sin embargo, para la década de 1960, ya se habían dado cuenta de que estas desviaciones por sí solas ya no bastarían, pues se habían vuelto sistémicas. Incluso hoy, la derecha opera naturalmente con lo “salvaje” –aunque bajo auspicios autoritarios– y, en muchos sentidos, el surrealismo ha sido superado por quienes no debían haberlo hecho.
¿Cómo reacciona el arte actual ante las nuevas tendencias políticas autoritarias o aparentemente “extrañas”, grostescas, bizarras?
¿Qué podemos aprender de la historia antifascista del surrealismo para nuestro presente?
La filósofa Elisabeth Lenk lo describió así: Al combinar la teoría crítica y la práctica surrealista, los surrealistas lograron añadir una nueva dimensión a la política. Incluso en las situaciones más adversas, se elevaron por encima de todo, creando arte juntos en campamentos y organizando exposiciones en las copas de los árboles mientras esperaban permisos de salida. Vemos a Claude Cahun, tras ser afortunadamente evitada una sentencia de muerte al final de la guerra, mordiendo con confianza una pequeña águila imperial en un retrato fotográfico. La superioridad de los surrealistas no dependía del favor de los autoritarios. Esta diversidad de niveles a veces falta hoy en día. Sin duda, podemos aprender algo de esta mezcla de alta sofisticación, agresividad y humor.