Acceso rápido:

Ir directamente al segundo nivel de navegación (Alt 3) Ir directamente al primer nivel de navegación (Alt 2)

Ciudad de México
Julieta Lomelí, Filósofa

Julieta Lomelí © Julieta Lomelí

¿Qué representa, para ti, la situación actual? O, específicamente, ¿la situación actual en México?

Y el mundo se cierra de nuevo
Las fronteras traen el peligro a lo “seguro”
El mito del enemigo puesto en el extranjero
De las nubes sin oxígeno, no hay cura
Sólo queda la noche saldada por la inmovilidad
De miles de almas silenciadas.

La pandemia ha orillado a millones de personas al pánico colectivo, mostrando lo peor de sí mismos, no solo por las irresponsables e individualistas compras de pánico, si no también, ha dejado ver el racismo imperante, la ignorancia y la incomprensión frente al “extranjero”, al “foráneo” que es el infectado, el enfermo, el que contagia. Sucesos terribles que involucran la ignorancia de las masas combinadas con pánico y racismo, han tenido como resultado agresiones a enfermeras, a médicos y personal sanitario, pero también, a hombres y mujeres diagnosticados y no diagnosticados con Covid19. En México, la crisis también ha sido por la falta de empatía.

Principalmente es un desafío internacional contra el individualismo generalizado, el individualismo de los políticos, de cada uno de los ciudadanos y las naciones.
 

¿Cuál es el reto inmediato para México?

En México, el reto inmediato, es contra la falta de empatía social y la precariedad económica en la cual podría caer gran parte de nuestra gente. Casi el 60 por ciento de nuestra población vive del comercio informal. El desafío será contra la miseria y la falta de comunitarismo. Quizá sea necesario volver a esas antiguas sociedades gregarias, en las cuales la miseria era compartida: dividiendo el corazón y el pan, todos los estómagos podrían quedar satisfechos. En estos momentos, hagamos también del consumo local, un imperativo ético.

¿Qué consecuencias crees que tenga la crisis a largo plazo?

Es difícil adivinar qué pasará en el futuro, sin embargo, me tomaré el atrevimiento que los sabios y cronistas tenían en la edad media para vaticinar el porvenir, cuando un astro cambiaba de posición o un animal extraño cruzaba por sus poblaciones. Hoy haré lo mismo que ellos, daré un pronóstico, pero tratando de evitar los argumentos apocalípticos, a pesar de que mi respuesta no sea del todo optimista.
 

Considero que la primera consecuencia, y creo es la que debe parecernos más importante, será la pérdida de miles de vidas, o si no es que de millones a causa del Covid19. Tendremos que volvernos conscientes de que esto tendrá un impacto psicológico fuerte en todas las sociedades del mundo. En el caso de Latinoamérica, será necesario ponerle mayor atención a la salud mental. Como ejemplo, tengo amigos en los institutos de psiquiatría de la CDMX que, ante el confinamiento, la recesión económica en la que han caído muchos (no olvidemos que la mayoría en México nivel del comercio informal), me cuentan del aumento exponencial que han visto esta semana de las urgencias psiquiátricas. Hasta ahora el encierro también ha cobrado sus víctimas en temas de salud mental, a largo plazo, el aumento de muertes y el dolor ante la pérdida de familiares, obligarán al estado a ponerle mayor atención y presupuesto a los temas de salud mental. Al menos así habrá de ser en el caso de Latinoamérica, en donde nos falta aún mucha consciencia alrededor de temas como la depresión, los trastornos afectivos y otras psicopatologías que muchas veces han sido consideradas un problema de falta de voluntad, o actitud, y no, como lo que son, una urgencia de salud pública.
La consecuencia más importante es la crisis humanitaria, la pérdida de miles de vidas tendrá un fuerte impacto psicológico sobre las sociedades humanas. Será necesario atender la salud mental, sobre todo en países como el nuestro, en el cual la depresión y las psicopatologías se toman como un problema de falta de voluntad, o actitud, y no como una urgencia de salud pública. Tendremos que aprender a lidiar con la muerte, con el duelo, y con la recesión económica a largo plazo. Pero creo que eso nos hará tomar consciencia de que los intereses económicos y políticos de muchas naciones, han superado el derecho al estado de bienestar. La consecuencia positiva más importante a largo plazo será la exigencia, la vigilancia y la movilización ciudadana para que el estado garantice el derecho a la salud. Que la asistencia médica sea de carácter universal y gratuito, sin importar raza o clase social.

De tal manera, al menos en lo que toca a México y Latinoamérica, uno de los retos más inmediatos es aprender a lidiar con la muerte, superar el duelo y ser conscientes de que la recesión económica será un asunto que sólo durará algunos meses. Lo cual, y esto también lo pienso para el resto del mundo, nos hará tomar consciencia de que los intereses económicos y políticos de muchas naciones, han superado en el pasado el derecho al estado de bienestar. Una consecuencia positiva será la exigencia, la vigilancia y la movilización ciudadana para que el estado garantice el derecho a la salud, que la asistencia médica sea de carácter universal y gratuito, sin importar raza o clase social.

Ahora, a mediano plazo, una de las principales consecuencias, y me refiero a los meses por venir en los cuales no creo que sea posible el confinamiento total de la población, será pensar cómo volver a la normalidad, pero esa normalidad no será la misma que conocimos antes del virus, sino una muy distinta, de mucho cuidado sanitario. Quizá volveremos a recorrer las calles, los supermercados, los restaurantes, con la recomendación, si no es que la obligación, de usar mascarillas, guantes, y otros insumos médicos. Pero esa nueva normalidad, a mediano plazo, será un tanto distante, porque no será tan fácil volver a recuperar la confianza ante la posible “inmunidad” del otro. Quizá este virus también nos ha acercado por un lado a un sentimiento humano universal: el miedo a la enfermedad masiva, a la extensión, el pánico del apocalipsis. Pero al mismo tiempo -porque no creo que el cataclismo final se cumpla- nos habrá alejado los unos de los otros, al menos en el sentido presencial.
 
  • Mexico City during Lockdown © Julieta Lomelie
  • Mexico City during Lockdown © Julieta Lomelie
  • Mexico City during Lockdown © Julieta Lomelie
  • Mexico City during Lockdown © Julieta Lomelie
¿Qué haremos ahora cuando al estar más controlado el contagio, aun así, temamos conocer gente nueva, o nos dé miedo hablar en la calle con cualquiera? No sólo tener la mitad de la cara cubierta por una mascarilla producirá ya cierta desconfianza, porque no vemos claramente las muecas y el lenguaje corporal del prójimo, sino que también temeremos que nos pueda infectar cualquier nueva amistad, cualquier nuevo contacto. ¿Quedarán atrás las citas a ciegas, el amor a primera vista, el coqueteo espontáneo, la vivencia libre de la sexualidad? Para socavar ese miedo al otro y también nuevos brotes de Covid19, será necesaria una campaña. Necesitaremos la apropiada concientización y responsabilidad individual de que, al tener síntomas mínimos, aunque no haya más confinamiento obligado, uno deberá quedarse en casa. Pero incluso, en la sociedad más responsable, esta nueva normalidad que recuperaremos en unos meses, a mediano plazo, no estará despegada de una grave consecuencia: la desconfianza y el aislamiento, incluso en sitios muy recurridos. No sé si la desconfianza, la exigencia de usar mascarillas, de tener una obsesión sanitaria, de estar bombardeados todo el día durante meses por noticias que alrededor del nuevo virus, de las muertes y contagios provocados por él, del pánico causado por el exceso de información, -esto que algunos han llamado más bien una infodemia, una pandemia saturada de información llena de pánico-, no sé si ese terror también por terminar en terapia intensiva con un ventilador pulmonar, dé como consecuencia algo positivo a largo plazo. Hay tesis muy polémicas al respecto, y en realidad quisiera sólo mencionar una que ha sido muy comentada en los últimos días, la del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, quien ahora enseña, escribe y vive en Berlín, pero que conoce muy bien cómo funcionan los países orientales. Porque Han es uno de esos filósofos de altamar que, habiendo atravesado varias tempestades, como las de no aceptar el determinismo familiar ni el control social en su tierra natal, logró instalarse en Alemania a la mitad de su segunda década de vida, en ese puerto más apropiado para una veleta demasiado libre como él. Digo esto porque Han es quien más ha insistido en las últimas semanas, con conocimiento de causa, en el contraste entre cómo se ha intentado controlar la pandemia de Covid19 en Occidente y cómo parece que sí se ha conseguido controlarla en países como China, Taiwán, Hong Kong, Singapur, Japón, o en su originaria Corea del Sur.

El mensaje de Han es polémico, porque mientras en Occidente se cierran fronteras y se aísla a miles en sus casas, y aún así los casos no dejan de aumentar; en Oriente, en particular en China, se opta por clausurar más bien libertades individuales básicas, como el derecho a la privacidad. Por medio de la vigilancia total de cada individuo, esto significa que, gracias al uso de cámaras que cuentan con sensores, no sólo para medir la temperatura, sino también para reconocer la cara de los ciudadanos, a quienes se les obliga a informar no sólo su estado de salud, sino a registrar en varios puntos de la ciudad por dónde han pasado. Con su celular y un código QR, puede ser conocida la ruta de todo ciudadano y guardada en una gran base de datos, con el objetico de que, si alguno fuera portador del virus, en ese momento se pudieran identificar a todos los posibles hombres y mujeres con los que tuvo contacto, y así también tener un control de los casos infectados.

Lo anterior suena a película de terror, al menos sí para nosotros occidentales que hemos emprendido por años una voraz lucha contra el uso de nuestros datos personales y nuestra privacidad para fines políticos, publicitarios, etcétera. Sin embargo, en el otro lado del mundo, como China, el uso de esos datos es una obligación ciudadana, y es la única manera y la más efectiva que parece tenerse hasta ahora para contener el contagio del virus más rápido. El reto, el mayor reto a largo plazo, definitivamente será la conservación de la salud, pero en este esfuerzo por conservarla, las distintas estrategias que se han implementado en países orientales y que han sido efectivas, podrían ser también utilizadas en un largo plazo en países occidentales, e incluso quedarse como una costumbre. Esta consecuencia es algo que me preocupa muchísimo, y no es que la vuelta a la normalidad no deba ser con cuidado, pero las reflexiones de Han y otros intelectuales, que han pensado más extensamente alrededor del tema del biocontrol, y de la normalización de eso que Foucault alguna vez llamaría “Biopolítica”, nos hace considerar seriamente la posibilidad de un mundo así. En el cual los posibles fines que la tecnología pueda perseguir, también podrían ser fines muy alejados a la mera conservación de la salud. Las sociedades contemporáneas podrían volverse el infierno de la vigilancia total, de la manipulación (una mayor porque ya existe) de la opinión social por medio de algoritmos cada vez más perfeccionados. Sí, esta podría ser una consecuencia a largo plazo. Después de volver de un estado de excepción con millones de muertos en el mundo, la puerta a la vigilancia total podría ser fácilmente abierta por el miedo del pasado y por la vulnerabilidad de enfermarse nuevamente de un virus sin cura.

Por otro lado, si cada vez fuera más notable el tema de la vigilancia digital, esta consecuencia también tendría su lado optimista. Como escribiría recientemente el historiador israelí Yuval Noah Harari, “siempre que la gente hable de vigilancia, habrá de recordar que la misma tecnología de vigilancia puede ser utilizada no solo por los gobiernos para monitorear a las personas, sino también por las personas para monitorear a los gobiernos”. En este sentido, la inteligencia digital puede ser usada bilateralmente, no sólo por parte del estado, sino también por parte de la exigencia ciudadana para mantener y documentar democracias más sanas.

¿Qué es lo que te da esperanza?

Lo anterior sería la consecuencia más apocalíptica que he pensado, pero, también he considerado una alternativa a más optimista. ¿Por qué no creer en otra posibilidad? Más que diferenciar, valorar o subestimar entre estrategias occidentales y orientales para contener la pandemia, las consecuencias de esta tragedia sanitaria podrían ser más productivas si aprendemos de ambos modelos. Si cooperamos internacionalmente, y reconocemos que la nueva pandemia provocada por el SARS-CoV-2, es un enemigo común de todas las naciones. Por lo cual, la secuela a largo plazo podría ser la unión internacional, las experiencias compartidas, el levantamiento de fronteras no sólo físicas sino también mentales. Esos prejuicios que se han construido como enormes muros de racismo y que han impedido por décadas que el mundo se una nuevamente. ¿Por qué no pensar que esta tragedia, también puede traer consecuencias provocadas por la obligación de la colaboración internacional? ¿Por qué no podemos, del mismo modo en que lo hubieran hecho aquellos hombres de los años cuarenta del siglo pasado, que, desesperados por un mundo hundido en las garras de la guerra, convocarían a la Declaración de las Naciones Unidas, propiciar también nosotros nuevamente un mundo que, en equipo, y más allá de cualquier interés económico y geopolítico, pueda rescatarse a sí mismo en cualquier conflicto posterior?
 

La pandemia ha dejado, en lo inmediato, la urgencia por encontrar una vacuna que, en colaboración con un gran número de naciones, pudiera poner una tregua, de una vez por todas, a esta nueva guerra, en la cual creemos que el enemigo es un virus invisible. Sin embargo, el enemigo no es el Covid19, el enemigo es la escasez de insumos sanitarios, la enfermedad y la muerte de miles provocada por décadas de negligencia política, por la falta de empatía hacia la conservación de cualquier vida humana. Esta es la consciencia que nos habrá de traer la tragedia, que la salud comunitaria tiene más valor que todo el dinero o poder que un grupo pequeño de personas pueda acumular. Esto es una guerra contra la desigualdad social. La estrategia: una colaboración internacional para encontrar una cura común. El armisticio: que la medicina y los servicios de salud sean accesibles, de calidad y gratuitos, a todas las mujeres, hombres, niños y niñas del mundo. Llegará la paz cuando se cumpla la utopía.

Termino con las palabras de Harari: “cada crisis es también una oportunidad. Debemos esperar que la epidemia actual ayude a la humanidad a darse cuenta del grave peligro que representa la desunión global. La humanidad necesita tomar una decisión. ¿Recorreremos el camino de la desunión, o adoptaremos el camino de la solidaridad global?”.

¿Tienes alguna estrategia personal para lidiar con esta situación?

Creo que mi estrategia personal, es como escribiría el filósofo Schopenhauer, combatir mi pesimismo más bien “volviéndome una optimista bien informada”. Prefiero ser realista. En mi caso, ha sido muy difícil lidiar con la situación no tanto el encierro, sino de la incertidumbre frente al futuro, la recesión económica en ciernes ha detenido varios proyectos en los cuales trabajaba y por los cuales me pagaban. Casi estoy desempleada, pero también estoy acabando mi tesis doctoral, esto último es una terapia ocupacional que frena la angustia por lo que quizá jamás llegará.

Otra estrategia para lidiar con la incertidumbre es leer, y aunque suene paradójico, no sólo literatura, sino mucha historia alrededor del tema de las pandemias, alrededor de las crisis y las enfermedades del pasado. Y he descubierto que no somos muy distintos a hombres y mujeres de la antigüedad: siempre le hemos temido al apocalipsis. El miedo de hace siglos es el mismo que sentimos en estos momentos, un miedo que une hasta a las sociedades más individualistas. No es el miedo a la muerte individual. No es el miedo a la enfermedad incurable. Es un miedo más profundo, más originario, un miedo fraternal que nos iguala al resto de la humanidad: el miedo a la extinción.

Top