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Antifeminismo en México
Feminicidios y otras formas de misoginia

Ilustración: Mujeres protestan con cruces en las manos. Una de las cruces dice: ¡Ni una más!
Ilustración: © Rosa Kammermeier

La violencia contra las mujeres en México no tiene uno sino varios rostros. El más terrible es el feminicidio, aunque no es el único. El antifeminismo también sucede de manera silenciosa y velada en todos los niveles de la sociedad.

De Lydiette Carrión

Querida Bo-Myung, leo lo que escribes sobre Corea del Sur y en algunos aspectos se parece mucho a lo que ocurre en México. Esta forma orgánica de las mujeres jóvenes para organizarse por medio de internet y luego llevar sus acciones a la calle; esta aparente rápida aceptación institucional de una agenda de género y luego el contraataque. Este uso y ataque populista de derechas e izquierdas. En México, sin embargo, se suman otras variables. Pero creo que necesitaré una historia para explicarme.

México es un país violento para todxs, y es particularmente violento para las mujeres y también para todas las personas disidentes sexogenéricas. Pero en México, con las peores historias siempre se vive una ambigüedad. Pareciera que nada es realmente lo que una ve o percibe, y llega la duda de que, quizá, una lo está imaginando todo. ¿Podríamos decir que hay discursos que parecen un gaslighting gubernamental? Sólo escarbando, dolorosamente escarbando en la realidad, es posible entender que a fin de cuentas una no estaba equivocada.  

Va el ejemplo. Es 2019. Según el Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe, México se mantiene en una tasa moderadamente alta de feminicidios por cada 100 mil habitantes, respecto al resto de la región. Un poco arriba de la media (es decir, siempre hay países que lo están pasando peor), aunque no es posible saber si las mediciones son correctas o no. Y es que la fuente es el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), que retoma aquellos casos catalogados como feminicidio por los ministerios públicos locales.

Hay que recordar que México es un país muy grande, tiene alrededor de 130 millones de personas, y es una federación, así que el andamiaje gubernamental es complejo: cada estado tiene sus propias leyes, sus propios ministerios públicos, sus propios policías que investigan, sus jueces. Toda esta información diversa es recabada por el mencionado SESNSP.

Y, bueno, ese es el primer obstáculo. No todos los feminicidios son investigados como tales. En muchas ocasiones, el papeleo judicial habla de homicidio calificado, homicidio imprudencial o accidentes; incluso, muchos casos son manejados como suicidios.

Feminicidios fuera del conteo oficial                          

Y como muestra basta un botón: México se divide en 32 estados; pero tomemos solo uno. En 2019, el céntrico estado de Tlaxcala navegaba con dos banderas aparentemente contradictorias. Por un lado, uno de sus municipios, Tenancingo, es considerado la capital de la trata de personas en México.

Ahí, en ese municipio, se cocinó una cultura arraigada en la que se vale enamorar a niñas y a mujeres, convencerlas, y luego obligarlas a que vendan sus cuerpos para el beneficio de otros. Se volvió un tema de “usos y costumbres” –contaban que en las escuelas, las niñas decían que de grandes serían prostitutas y los niños, “padrotes”–. Y aunque todo ha sido denunciado en la prensa, e incluso las historias judiciales han dado la vuelta al mundo, el municipio de Tenancingo continúa así.

Al mismo tiempo, resultaba que uno de los estados con menos feminicidios de todo el país era Tlaxcala… bueno, eso decían las cifras del SESNSP. Según estas: en Baja California Sur no había sucedido un solo feminicidio. Luego, en Tlaxcala, solo habían ocurrido tres feminicidios. Así, paradójicamente, en Tlaxcala se cometía uno de los peores crímenes –la trata–, pero era uno de los más “seguros” para las mujeres. Entonces parecía que en este estado de violencia profunda contra las mujeres, la única violencia ausente era el feminicidio.

Parecía que en este estado de violencia profunda contra las mujeres, la única violencia ausente era el feminicidio.

Los políticos locales podían asegurar que las denuncias sobre explotación de mujeres y niñas eran un “invento”, algo que había quedado en el pasado. Gritos de mujeres “histéricas”. Por eso, decían las autoridades del estado epicentro de la trata de personas con fines de explotación sexual, en Tlaxcala no era necesario activar ninguna alerta de género.  

En aquel entonces, Edith Méndez Ahuactzin, del Colectivo Mujer y Utopía, una de las pocas colectivas feministas en aquel municipio, explicó esta aparente calma chicha. Me mostró los recortes de periódico, las noticias. Sí que “aparecían” mujeres asesinadas. Tan solo un caso, recuerdo, de una joven cuyo cuerpo fue arrojado detrás de un hotel. Este caso contaba con muchos de los rasgos de un feminicidio: el cuerpo había sido arrojado al espacio público, había agresión sexual y lesiones infamantes, al menos post mortem. También indicios de que habría sido incomunicada antes de ser asesinada. Pero no estaba en el conteo oficial. Para Tlaxcala, esto no era un feminicidio. ¿Cómo se zafaron? Cuando fue identificada, las autoridades tlaxcaltecas aseguraron que ella provenía del estado de Veracruz. “Aquí nomás vinieron a arrojar el cuerpo”, dijeron. Entonces, en Tlaxcala no hubo ningún feminicidio.

Un feminicidio menos en las cuentas. Esto ocurrió en Tlaxcala, que por cierto, años después vio disparar sus cuentas de feminicidio. Pero negar la violencia no es algo que solo ocurre en aquel estado. Ocurre todos los días, por los más diversos gobiernos: de derecha, izquierda, centro, que ven la discusión sobre la violencia feminicida, como una movida política, y no como un problema que lastima a la población.

Esquizofrenia discursiva y misoginia velada

El rostro más terrible de la violencia contra las mujeres es el feminicidio, aunque no es el único. El feminicidio es sólo eso: el rostro más terrible; pero hay otros: la explotación sexual, la desigualdad de pago, la falta de espacios para mujeres en lugares de toma de decisión y… cosas más veladas, aparentemente más insignificantes, pero que van acumulando una violencia estructural terrible: por ejemplo, México es uno de los países con licencia de maternidad más breve del mundo: apenas 45 días. Es también uno de los países con mayores tasas de cesáreas, revelando una práctica de violencia obstétrica, así como menor índice de lactancia materna, lo que muestra también estas condiciones tan inhóspitas para la maternidad. Y sumamos más: tenemos el índice de embarazo infantil y adolescente más alto en países de la OCDE. Todas estas cifras y datos nos van pintando un país donde, repito, las mujeres llevan sobre sus hombros muchos pesos, trabajo no remunerado, violencias y limitaciones estructurales, de las cuales poco se habla.

El antifeminismo en México es igual. No tiene uno sino varios rostros. Algunos de éstos son más discretos, menos estruendosos. Existe el antifeminismo ramplón y grosero, evidenciado en los comentarios misóginos bajo las noticias sobre despenalización del aborto. Pero hay otros mecanismos introyectados en grandes sectores poblacionales que resurgen a la menor provocación: cuando a una víctima de feminicidio se le acusa desde los medios de “andar sola”; aquel que pega el grito en el cielo cuando las mujeres organizadas, que salen a manifestarse en las calles, rayan una pared. Y en los gobiernos, es lo mismo.

Por ejemplo, el 29 de septiembre de 2021, el presidente Andrés Manuel López Obrador –quien, por cierto, impulsó el gabinete más equitativo en género de la historia del país, así de contradictorio es México– salió a regañar, cual papá patriarcal, a las mujeres que participaron en una protesta por la despenalización del aborto un día antes. El mandatario aseguró que el movimiento feminista pretendía “afectar” a su Gobierno, lo acusó de conservador y puso en duda su legitimidad: “Hay que ver qué es lo que está detrás, porque hace unos dos años, cuando empezó el movimiento feminista muchas mujeres participaron, pero se empezaron a dar cuenta de que se habían convertido en feministas conservadoras solo para afectarnos a nosotros, solo con ese propósito”.

Aquella mañana, López Obrador –quien en 2006 bloqueó durante tres meses la avenida Paseo de la Reforma en protesta por las polémicas elecciones presidenciales en las que resultó perdedor, y acusó de haber sido víctima de fraude–, habló de que solo la protesta pacífica era legítima. Puso de ejemplo a Gandhi y a Rosario Ibarra de Piedra, madre de un detenido desaparecido de la guerra sucia, e impulsora de los derechos humanos en México. Deslegitimar los movimientos feministas en un país feminicida, desde Palacio Nacional. En otras ocasiones, sin embargo, el presidente mexicano ha tratado de desdecirse, de que no hay encono contra los movimientos feministas, ha asegurado.

Pero esta distorsión, esta esquizofrenia discursiva, se encuentra en prácticamente todos los niveles y órdenes de gobierno. Otro ejemplo lo protagonizó el gobernador de uno de los estados más ricos del norte del país, Nuevo León. En aquella ocasión, Samuel García, que apenas era candidato, “regañó” a su esposa en un live de redes sociales por “enseñar mucha pierna”. Luego habría de disculparse, y como con López Obrador, esas disculpas no supieron honestas.

Pero no son sólo los políticos. La misma prensa local, regional e incluso nacional, que cubre el feminicidio de una muchacha de 18 años, Debanhi Escobar, termina cuestionando lo que la joven llevaba en su bolsa el día que la mataron. Aunque en la mayoría de los casos, la misoginia es velada: “Es que debemos cuidar a la mujer, porque es lo más hermoso de la creación”; o declaraciones en las que se conmina a no agredir a las mujeres porque “podría ser tu madre, tu hija, tu esposa”. En otras palabras, y a pesar de los avances que la agenda feminista ha impulsado, a las mujeres se les sigue dando valor en cuanto a su relación con un hombre.

Son pocas las ocasiones en que, ya sea desde el gobierno, o desde la prensa, o entre la gente, hay una oposición frontal contra el feminismo; pero es esa misoginia que de pronto se hace súper evidente a exabruptos. No es que no hubieran estado antes; es que, como los feminicidios en Tlaxcala, no se dejan ver, no los cuentan, los meten debajo de la alfombra, hacen malabares con las cifras, las carpetas de investigación y los discursos. Y a veces, esos secretos estallan.

Como vemos, en México el antifeminismo en ocasiones cobra un rostro ambiguo y oculto, a pesar de la terrible violencia de género que vivimos. Kanika Gupta explicará en India los rostros descubiertos de un antifeminismo más frontal, menos oculto. Quisiera preguntarle qué forma toma en su país la resistencia feminista y a qué se enfrenta en la actualidad, en pleno siglo XXI.

Sobre el proyecto

En los últimos años, el tema del antifeminismo ha ganado atención. Pero, ¿qué es el antifeminismo y qué formas adopta?

Las posiciones antifeministas son diversas y van desde la crítica a la discusión científica del género hasta el rechazo a la equidad de género. A menudo se dirigen contra el fortalecimiento de la autodeterminación femenina y apoyan la idea de una identidad de género binaria con una distribución clásica de roles.

Detrás de las diversas manifestaciones del antifeminismo suelen encontrarse opiniones sexistas, racistas, homófobas, transfóbicas y antisemitas. Esto puede suponer una amenaza para los valores centrales de una sociedad abierta y liberal.

En un intercambio epistolar entre Brasil, Alemania, Corea del Sur, India y México, nuestros autores y autoras describen qué avances antifeministas perciben en sus países. Presentan una perspectiva local sobre la cuestión: “¿En qué medida el antifeminismo amenaza nuestra democracia?”.

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