Acceso rápido:

Ir directamente al segundo nivel de navegación (Alt 3) Ir directamente al primer nivel de navegación (Alt 2)

Arribos

Arribos Foto: © Goethe-Institut Bolivien (Fragmento de LANDUNGEN [ARRIBOS] de Michael Ebmeyer traducido por Rery Maldonado. ARRIBOS será publicado por la Editorial 3600.)​

Lo ayudó el sol, el viento suave. Era domingo y Sigrid y él iban en sus bicicletas, sin prisa, por el valle de Ammer. Él amaba el olor de la campiña en el verano, con su dejo a estiércol fresco. “Olor a campo”, dijo entonces, y Sigrid sonrió con su risa clara. Más tarde harían un picnic en el lindero del bosque, en el que se besarían y alimentarían al otro con fresas, el abogado y la muchacha de las flores, y en el parpadeo de la rama de un manzano, se sentiría muy tranquilo y reconocería que tenía sus ventajas vivir en una época desinhibida y permisiva. Además, se las había arreglado para sacarla del lodo. Apenas mantenía el contacto con los tarados, sobre todo porque a ellos les molestaba mucho que ambos estuvieran vinculados. Con un Burgués, un viejo saco, con el status quo. Cuando adquirió esa perspectiva de las cosas, pudo sentirse victorioso.

En otro tiempo, sin embargo, había hecho todo lo posible para descubrir cómo había sido su vida amorosa hasta ese momento. Lo único que no tenía permitido hacer era preguntarle directamente. Ella no tenía que pensar que estaba demasiado celoso o algo por el estilo. Se trataba de filtrar la información que necesitaba del confiado parloteo entre recién enamorados.
Los paseos en bicicleta se constituían en la mejor oportunidad para esto. Con la mayor frecuencia posible manejaban juntos, sea por las laderas del Schönbuch, hacia el pueblo de Hirschau o hacia Rottenburg. Con gusto a por una jarra de sidra en la taberna Schwärzloch o a contemplar el paisaje idílico desde lo alto de la capilla de Wurmlingen.
Había sido una tal Susanne la que la atrajo a los agitadores; que entre tanto había terminado sus estudios y se había ido de la ciudad, mientras que Sigrid todavía dudaba en qué tema escoger para su tesis. “Fue simplemente el sentimiento de que una tiene que hacer algo”, dijo ella con los ojos muy abiertos y prosiguió con la Guerra de Vietnam, los peces gordos en Bonn y con la opresión y la explotación como piedras angulares del sistema capitalista, por lo que una, siempre que pudiera, tenía la obligación de trabajar por la revolución. Con respecto a lo corporal, su investigación sobre el comando permaneció infructuosa. Los únicos comentarios al respecto en esa dirección, en un sentido más amplio, se relacionaban a un plan de viaje grupal en dos microbuses VW a Francia, hacia el Mediterráneo y desde ahí quizá a Italia, hasta la Riviera. Pero de momento todavía no había sucedido nada y si sucediera, Sigrid ya no formaba parte de eso. Había caído en desgracia, por suerte.
Como ex, ella mencionaba esporádicamente y de mala gana a un tal Wolfram. “Fue hace tanto tiempo”, sostenía ella, como si a su edad algo pudiera haber ocurrido mucho tiempo atrás. Un jovencito inofensivo de su tiempo con Susanne, se tranquilizaba Udo a sí mismo. ¿Pero quién vino después? No podía ser que nadie - ¡y qué todos esos lujuriosos Ernestos solo estuvieran politizados! –
Fue un momento de shock cuando ella, encantadoramente borracha, una noche en las vacaciones de verano, justo después de arrancarse la ropa del cuerpo y dejarse caer en la cama, se escurrió de entre sus brazos y empezó a meterse su miembro en la boca.
Eso era ya, sexo oral. No era posible. Pero podía pasar. Udo Soltau había nacido en 1929, en una familia burguesa y no tenía ninguna experiencia en los burdeles. Nunca había visto realmente una vagina. Apenas estaba familiarizado con lo que estaba oculto debajo del triángulo de vellos entre los muslos femeninos. A lo sumo había vislumbrado los labios accidentalmente (a menos que pudieran contarse las veces que intentó cambiarle el pañal a su hija cuando era una niña pequeña), y de ninguna manera los labios internos, ya ni hablar de lo que había detrás. Le parecía absurdo acercar su cara. Tampoco había mirado nunca de cerca su propio pene. Como hombre limpio, al jabonarse en la ducha echaba el prepucio para atrás brevemente, pero sin mirar el glande. Si se masturbaba, lo que ocurría irremediablemente al menos dos veces por semana, tampoco se veía. Lo hacía apresuradamente en el baño, junto a otras tareas.
La iniciativa de Sigrid. Su estremecimiento. Sus ruidos fuertes. Un remolino de pensamientos de pánico sin hilo conductor: ¿Cuál era el significado?, ¿cómo había llegado ella a esa idea?, ¿quién se lo había enseñado?  Ella saltó de la cama, se sonrojó hasta los hombros y las lágrimas brotaron en sus ojos.
“Oh, no”, la escuchó tartamudear.
“Por favor”, tartamudeó él a su vez.
¿Qué podía hacer? ¡Solo no congelarse! ¡No dejarla allí parada, desnuda y colorada, temblando de espaldas a la pared!
“Sigrid. Sigrid. Por favor: ¿Quieres ser mi esposa?”
¡Qué pillo, Udo!, pensó él, apenas pudo volver a pensar, sorprendido de sí mismo. ¡Qué paso al frente! Así encontró la fórmula mágica, en un instante de angustia, no solo para aliviar la vergonzosa situación, sino también para superar todos sus miedos.
Su “¿Qué?” apenas fue perceptible. Pero él se quedó con el balón, sostenido por la adrenalina. Él estaba ahí, junto a ella en la cama y cogió sus manos. “Mi esposa. Sigrid. ¿Quieres ser mi esposa? Eso quería preguntarte. Por favor discúlpame por dejarlo escapar así”.
“Me haces una propuesta de matrimonio”.
“¡Si, si!”.
“Udo” –
“Sigrid. Mi Sigrid”.
“Pero tu estas ya… quiero decir… tú tienes” –
“Oh, eso… créeme, lo digo en serio. Todo está cuidadosamente pensado. Mi deseo más querido. Pasar mi vida a tu lado. Contigo. Y todos… los obstáculos van a desaparecer. De eso me encargo yo”.
“¡Oh, Udo! Pero yo no puedo…. Por favor, tienes que disculparme” –
“Está bien. Esto fue un asalto, por supuesto. Necesitas tiempo para lidiar con eso, quiero decir con ello” –
“Si, un poco de tiempo”.
“Todo el que necesites, querida”.
Ella susurró su nombre y se envolvió alrededor de él. Se dieron un largo beso, se dejaron caer en el colchón y durmieron juntos, sin más interrupciones.
Cualquier duda que Udo haya podido tener, desapareció ante la mirada de sus migas de pan bajo el sol de la mañana: Sigrid era su salvación, con Sigrid quería empezar él una nueva vida, su verdadera vida. Maravillosa. Eso era ella, eso eran ellos juntos, era la oportunidad que le ofrecía el destino.
¡Qué sensibilidad y calidez aportaba esta joven al día! Nunca olvidaría la primera vez que pudo compartir con ella su desgracia, como acercó su cabeza a su pecho, le acarició la frente y le susurró: “Mi Udo, mi pobrecito. Quiero ayudarte”. Cuando pensó en eso, casi se sintió mareado. Que fuera posible encontrar a una persona con la que se entendiera tan bien, ¡incluso sin palabras! Por un lado, la pureza de su alma, su confianza en el mundo casi infantil; por el otro lado la madurez y profundidad de sus percepciones. “Sigrid, regalo del cielo”. Eso había escrito con azúcar roja sobre un pastelillo de limón, en una pastelería de Reutlingen donde nadie lo conocía, que le dio como regalo para conmemorar el aniversario de dos meses desde su primera noche juntos.

Cortesía de la Editorial Kein & Aber y de Michael Ebmeyer
 

 

Autor

Michael Ebmeyer Foto: © Michael Ebmeyer Michael Ebmeyer, nacido en 1973, vive en Berlín. Es autor de varias novelas y otros libros, traductor al alemán (del castellano, inglés y catalán) y periodista.Michael Ebmeyer, nacido en 1973, vive en Berlín. Es autor de varias novelas y otros libros, traductor al alemán (del castellano, inglés y catalán) y periodista.
Más...
Top