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Antifeminismo en Brasil
Misoginia: de la mesa de bar al poder presidencial

Antifeminismo en Brasil
Ilustración: © Rosa Kammermeier

No va a ser posible enterrar el bolsonarismo si no se discuten sus profundos vínculos con la misoginia, que fundamentan sus discursos y prácticas. Ese populismo de extrema derecha es, en esencia, un obsequio para el hombre común, molesto por los avances de la mujer en la sociedad contemporánea.

De Giovanna Dealtry

Es un gusto abrir esta serie de cartas, aunque el problema que nos impulse a escribir sea triste y cruel. En los últimos años, las brasileñas, hemos empezado a vivir en un país que nos eligió oficialmente como enemigas, junto con los indígenas, los negros y la población LGBTQIA+. El ascenso de Jair Bolsonaro de diputado federal conservador a presidente del país ha permitido que el machismo y la misoginia se intensifiquen en nuestra vida cotidiana, siendo que pocos derechos están garantizados por ley o por los avances sociales. Antes de las elecciones de 2018 hubo dos momentos que dejaron ver cómo sería nuestro día a día.

En 2003, Bolsonaro dijo directamente a la diputada Maria do Rosário Nunes, del Partido de los Trabajadores (izquierda): "Jamás te violaría: no te lo mereces". A continuación, la empujó y la llamó "puta". En 2014, cuando se celebraba el día internacional de los Derechos Humanos, subió a la tribuna de la Cámara y repitió el mismo insulto. En esa ocasión, las diputadas de izquierda en el pleno defendieron a Maria do Rosário Nunes. Años más tarde, la Justicia obligó al diputado a retractarse y a pagar una multa a la diputada. Esta es la lección de la política y de la Justicia misógina: un diputado puede atacar la dignidad de una colega y, en teoría, con una multa y una retractación queda borrado el acoso moral cometido contra ella.

Supuesta "incapacidad de gobernar"

Momentos igualmente pavorosos se vivieron luego de la elección de Dilma Rousseff, primera presidenta de Brasil. A partir de 2014, año de su segundo mandato, quedó claro que las críticas provenientes de la población, de la prensa y de grupos políticos y empresariales, no se limitarían a las decisiones derivadas del plan de gobierno. La estrategia fue convertir a Rousseff en una "mujer histérica" y, en consecuencia, incapaz de gobernar, como lo expresó un artículo publicado en una revista de circulación nacional, cuya editorial, titulada "Una presidente fuera de sí", afirmaba que la entonces jefe de gobierno ya no tenía el equilibrio emocional necesario para encabezar el país. En otro momento se atacó a la presidenta por ser una mujer supuestamente "fría", distante e incapaz de fomentar la camaradería con los viejos políticos machistas que dominaban el Legislativo.

Como puede verse, estas afirmaciones fomentan la idea de que la política no es para mujeres, porque su "naturaleza" las lleva al extremo del descontrol, mientras que para los hombres esta actitud probaría la fuerza del jefe. La frialdad en este caso no se entiende como un elogio de la racionalidad, sino como la desviación de una supuesta esencia femenina capaz de resolver los pleitos con sonrisas e indulgencia. En 2016, el golpe de estado contra Rousseff se configuró por medio de un impeachment. En ese momento, volvió a salir a escena el actual presidente del país. El capitán jubilado Bolsonaro dedicó su voto "a la memoria del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, el pavor de Dilma Rousseff". Ustra fue uno de los peores torturadores y asesinos de la dictadura militar brasileña.

En una mano el arma y en la otra la Biblia

No es posible separar este discurso —el mismo que utilizó después Bolsonaro para alcanzar la victoria en las urnas— de la persecución a los derechos de las mujeres y otras minorías. El populismo bolsonarista se fundamenta en la misoginia como una forma de ofrecer al hombre común, a aquel que sostiene que la "degradación" de la sociedad tiene que ver con los avances feministas, la imagen especular del macho, con un arma en una mano y una Biblia en la otra. No en vano hemos visto crecer en el país los casos de feminicidio, violación, violencia sexual y moral contra la mujer y la comunidad LGBTQIA+ o cualquier otro grupo que cuestione el poder patriarcal. En la práctica, se trata de grupos de machos como los que se reúnen en la mesa de bar, sólo que investidos del poder presidencial y con acceso a las redes sociales, siempre dispuestas a acoger ataques de odio. Desde esta perspectiva, el populismo se dirige directamente a aquellos hombres que no están conformes con ver a sus compañeras, colegas de trabajo e incluso jefas rebatiendo las estrategias patriarcales de poder..

Estoy convencida de que no podremos enterrar el bolsonarismo y otras formas de autoritarismo si no discutimos los profundos vínculos con la misoginia que fundamentan esos discursos y prácticas. Ese ha sido, en mi opinión, el error de la propia izquierda, que concibe a la misoginia como consecuencia del autoritarismo y no al revés. Para estos sujetos, atacar al feminismo es clave para controlar a la inmensa población de mujeres, obviamente diversas. Una de las estrategias utilizadas ha sido separar los logros personales, como el desarrollo profesional o la independencia financiera, de la dura lucha de las feministas a lo largo de los siglos XX y XXI.

Aumento de la violencia

A diferencia de otros momentos históricos, en que el populismo estuvo ligado al paternalismo del Estado, lo que prevalece ahora son las prácticas neoliberales en el ámbito laboral vinculadas con los paters cristianos que buscan controlar el cuerpo de las mujeres. Es sobre el cuerpo de todas las mujeres, pero sobre todo de las madres y mujeres negras, indígenas, pobres y en situación de vulnerabilidad, que el estado neoliberal teocrático trata de controlar la fuerza de trabajo, empezando por el trabajo doméstico.

La pérdida de conquistas y el incremento en la violencia a los que nos hemos enfrentado en los años de Bolsonaro no caben en esta carta. Es importante recordar que el movimiento de mujeres #EleNão fue la única acción popular, autorganizada a nivel nacional, capaz de llenar las calles de las grandes ciudades en vísperas de las elecciones de 2018. Mujeres de las más diversas edades, de diferentes razas y clases sociales, madres, participantes de los grupos de LGBTQIA+, dirigieron el movimiento no sólo en defensa de sus propias causas, sino contra el exterminio de jóvenes negros, indígenas y gay; por los años de dolor, en suma, que nuestros cuerpos ya sabían que tendríamos que enfrentar desde que, en 2003, el entonces diputado Bolsonaro le gritaba a la diputada Maria do Rosário Nunes: "No mereces que te violen".

El hecho es que el feminismo no sería blanco de ataques si no fuera una amenaza para la identidad masculina construida sobre la sumisión de la mujer. Es necesario poner fin a este ciclo de destrucción y de ataques al feminismo como enemigo de la familia y de la patria. La lucha no será fácil y las pérdidas no se revertirán con la salida del actual presidente. Una vez más, será necesario empezar de nuevo. Pero no de cero ni separadas. Ciertos caminos ya no pueden desandarse.

Dicho esto, paso la palabra a Tobias Ginsburg con una pregunta: ¿Qué nos dice esta nueva derecha emergente sobre antifeminismo en Alemania?
 

Sobre el proyecto

En los últimos años, el tema del antifeminismo ha ganado atención. Pero, ¿qué es el antifeminismo y qué formas adopta?

Las posiciones antifeministas son diversas y van desde la crítica a la discusión científica del género hasta el rechazo a la equidad de género. A menudo se dirigen contra el fortalecimiento de la autodeterminación femenina y apoyan la idea de una identidad de género binaria con una distribución clásica de roles.

Detrás de las diversas manifestaciones del antifeminismo suelen encontrarse opiniones sexistas, racistas, homófobas, transfóbicas y antisemitas. Esto puede suponer una amenaza para los valores centrales de una sociedad abierta y liberal.

En un intercambio epistolar entre Brasil, Alemania, Corea del Sur, India y México, nuestros autores y autoras describen qué avances antifeministas perciben en sus países. Presentan una perspectiva local sobre la cuestión: “¿En qué medida el antifeminismo amenaza nuestra democracia?”.

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