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Antifeminismo en Europa
Una herramienta política: la derecha radical y la misoginia

Ilustración de una mujer y dos manos masculinas que le entregan un delantal y un batidor.
Ilustración: © Rosa Kammermeier

Las narrativas antifeministas son fundamentales para la derecha radical. Con ellos, los antidemócratas y los autoritarios se abren paso hasta el centro de la sociedad. En su carta, Tobias Ginsburg comparte observaciones de su investigación encubierta en grupos y organizaciones de extrema derecha y muestra la importancia de la misoginia y la hipermasculinidad como herramienta política.

De Tobias Ginsburg

Es aterrador y triste lo que nos informas desde Brasil, querida Giovanna. Sin embargo, lo que más asusta es lo mucho que me resulta familiar, incluso desde una perspectiva europea, el gran parecido que tienen las reacciones de la derecha nivel mundial en este momento. Por supuesto, los ataques a las democracias y a las sociedades abiertas suelen dirigirse inicialmente contra los derechos de las mujeres y de las minorías sexuales; eso no es nuevo, es una práctica bien probada del autoritarismo. Pero en la última década, desde el ascenso global de la extrema derecha, los detalles de sus narrativas antifeministas y estrategias antidemocráticas también han coincidido. Mientras que los enemigos europeos de los derechos humanos suelen dar a conocer su odio de forma más cautelosa, empaquetado a medias tras una retórica de lucha por la “familia tradicional” y la “masculinidad real”, y contra la “corrección política” y la “ideología de género”. Sin embargo, es precisamente este marco aceptable dentro de la sociedad el que hace que estas narrativas sean tan peligrosas: a través de él, la derecha radical llega a un espectro inmensamente amplio de personas, y ya desde hace mucho tiempo incluso hasta los hombres del llamado “centro burgués de la sociedad”. Mientras tanto, los furiosos y agraviados guerreros del patriarcado, con los que he tratado desde hace muchísimo tiempo, provienen de casi todos los estratos sociales.

Conexiones peligrosas

Hace ya trece años que comencé mi extraña ocupación: me escabullo con los grupos fanáticos de los que uno debería alejarse, especialmente los del ala derecha. Viví entre neonazis, me uní a sectas, milicias e ideólogos de la conspiración. Quiero echar un vistazo detrás de su teatralidad amenazante para entenderlos como seres humanos, para comprender qué los lleva a este odio y qué hace que este odio sea tan endemoniadamente efectivo.

Como es natural, el antifeminismo se puede encontrar en toda la sociedad, no hay que colarse en ningún grupo fascista para ello. Pero la lucha contra el feminismo y la ideología de género, unida a la manía política de la masculinidad, es lo que tienen en común todos estos grupos llenos de testosterona. Son componentes integrales de la ideología de extrema derecha, ligados entre sí de manera indisoluble. El hecho de que al mismo tiempo sean capaces de ganar una mayoría es lo que les hace peligrosos en verdad. Esta lucha fanática no es simplemente un pegamento que mantiene unidos a los diversos ámbitos de la derecha radical, sino que también facilita engancharse a esta escena. La inhalación de pegamento antifeminista se convierte en la droga de entrada para muchos.

La legitimación del odio

Básicamente, yo experimenté esta importancia central durante mi primera investigación encubierta. De forma ingenua y casi accidental, me había topado con una red de extrema derecha que unos años más tarde iba a ganar notoriedad bajo la engañosa etiqueta de “Nueva Derecha”: institutos bien financiados, think tanks, editoriales y cofradías. Los neofascistas que se distancian públicamente del régimen de Hitler y formulan su nacionalismo de forma más amable. Ese es todo el truco, toda la diferencia de contenido con la “vieja derecha”. Me picó la curiosidad, les hablé por teléfono con un nombre falso y, antes de darme cuenta, me invitaron a una velada en una fraternidad fascista.

Ese es mi privilegio como hombre blanco: yo también puedo mirar de cerca lo que me asusta, y, de todos modos, como judío alemán estoy acostumbrado a adaptarme a cualquier entorno. De modo que, de repente, me encontré rodeado de jóvenes universitarios con trajes nostálgicos, mirando sus ritos de masculinidad marcial de hace un siglo. Es un verdadero espectáculo: los hombres se sientan alineados en una estricta jerarquía, con la cara marcada —también por tradición—, resultado de practicar esgrima y sangrar juntos, y su presidente los comanda durante la velada. En tono de mando y con golpes de sable sobre la mesa, hace que su pequeña compañía se levante y se siente, escandalice y calle, cante canciones ultranacionalistas y, sobre todo, beba grandes cantidades de alcohol, disciplinadamente, de forma ritual, copa tras copa.

Era claro para mí que bastantes de estas fraternidades tradicionales son de derecha radical. Sólo que no era consciente de lo que significaba. El hecho de que los desplantes patrióticos en la mesa de tertulias desemboquen en consignas nazis no es sorprendente, pero nunca había experimentado odio de esta índole. Puede que el racismo, la misoginia y el antisemitismo sean rampantes en todo lugar, pero aquí el desprecio por la humanidad se racionalizó fríamente y se adornó con notas a pie de página. Legitimación del odio, y una legitimación particularmente central, según aprendí, era la creencia en una “conspiración cultural marxista”: la idea de que el feminismo, la “corrección política” y la “diversidad” eran parte de un gran complot para “feminizar” y “degenerar” el país, parte de una guerra contra el hombre, la familia, el pueblo.

Difusión del terror y de mitos conspirativos de la derecha 

Eso fue en 2009. ¡Qué extraño y distante, qué crudo y extremo me pareció entonces! Pero, mientras tanto, esta locura se ha abierto paso en la sociedad alemana con campañas de derecha a gran escala. Fragmentos de estas ideas inundan Internet, se pueden leer en los bestsellers y en los principales periódicos, se escuchan en los discursos de políticos y jefes de Estado, ya sean rusos, húngaros o, hasta hace poco, estadounidenses. Y luego están los terroristas de extrema derecha de los últimos años: basta pensar en los asesinos de Christchurch o Utøya, de Halle en Alemania o, más recientemente, de Búfalo en Estados Unidos. Todos ellos citaron la lucha contra el feminismo y la feminización como motivo central de sus atroces actos. Demostraron muy claramente lo que significa esta ideología en última instancia.

Y, sin embargo, este aspecto básico del pensamiento de la derecha radical se ignora casi siempre en el discurso alemán. Tal vez porque es muy aceptable en la sociedad burguesa. Tal vez porque su promesa central atrae de forma tan inquietante a muchos hombres que temen por sus privilegios: si el progreso social se redujera y las viejas jerarquías volvieran a imponerse, entonces tú, el hombre promedio, también volverías a ser poderoso. En cierto modo, ésta es también la promesa fundamental del patriarcado: ahora puedes recibir una patada en los dientes, pero un día estarás en la cima y se te permitirá patear a los de abajo.

Consultoría de estrategia antifeminista

Es una promesa brillante: poder. Una promesa que, a su vez, puede utilizarse para generar más poder. Así es como me lo explicó, a grandes rasgos, un alto cargo del Instituto Ordo Iuris de Polonia, de extrema derecha y con una influencia abrumadora. Este think tank (que, por cierto, fue fundado por la organización derechista y sectaria Tradição, Família e Propriedade de Brasil) estuvo a cargo de las ofensivas y proyectos de ley a gran escala contra los derechos de las mujeres y las personas queer, como la prohibición total de facto del aborto o las llamadas “zonas libres de LGBT”. También está integrado en una red transnacional de fuerzas reaccionarias y fundamentalistas de derechas, que van desde los evangélicos estadounidenses hasta los oligarcas cercanos al Kremlin. Y esta red antidemocrática está creciendo.

Hice que me recibieran en Varsovia como supuesto político radical de derechas, y me aconsejaron gustosamente sobre cómo podía llevar los “éxitos” polacos a Alemania. Fue una consulta de estrategia por derecho propio. Sí, las personas con las que hablé estaban convencidas de su justa lucha contra el marxismo cultural, el feminismo y la “degeneración”, pero al mismo tiempo sabían muy bien que este credo es un arma poderosa. Adaptable, aplicable y ampliable a diferentes sociedades, que se podía utilizar también en Alemania para ganar adeptos contra la lucha por los derechos de la mujer y los derechos humanos. Las condiciones previas para ello ya estaban dadas, la red se había tensado. Me aconsejaron que hiciera una campaña contra los transexuales en particular, ya que eso sería bien recibido en todas partes.

En Alemania, como en la mayoría de los países europeos, a pesar de todos los amenazadores acontecimientos, sigue habiendo una confianza fundamental. Tenemos la sensación de que todo el progreso social y la creciente participación en la sociedad son una certeza. Pero no lo son. Son tan preciosos como frágiles y sus enemigos son activos, de modo que su ideología inhumana hace tiempo que ha calado hondo en las clases medias. Debemos entenderlo de una vez si queremos conservar las libertades que tanto nos ha costado conseguir.

Bo-Myung Kim continuará nuestra carta en cadena a continuación, y estoy muy emocionado por conocer la reacción y la resistencia feminista en Corea del Sur.

 

Sobre el proyecto: 

En los últimos años, el tema del antifeminismo ha ganado atención. Pero, ¿qué es el antifeminismo y qué formas adopta?

Las posiciones antifeministas son diversas y van desde la crítica a la discusión científica del género hasta el rechazo a la equidad de género. A menudo se dirigen contra el fortalecimiento de la autodeterminación femenina y apoyan la idea de una identidad de género binaria con una distribución clásica de roles.

Detrás de las diversas manifestaciones del antifeminismo suelen encontrarse opiniones sexistas, racistas, homófobas, transfóbicas y antisemitas. Esto puede suponer una amenaza para los valores centrales de una sociedad abierta y liberal.

En un intercambio epistolar entre Brasil, Alemania, Corea del Sur, India y México, nuestros autores y autoras describen qué avances antifeministas perciben en sus países. Presentan una perspectiva local sobre la cuestión: “¿En qué medida el antifeminismo amenaza nuestra democracia?”.

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