Premio Alemán del Libro
El problema de la lista larga

Los premios literarios son buenos e importantes, pero los libros premiados no siempre son los más exitosos: una retrospectiva a los últimos diez años del premio literario más importante de Alemania, el Deutscher Buchpreis.
De Matthias Bischoff
En los Juegos Olímpicos no caben dudas: quien corra más rápido, se lleva la medalla de oro. Eso es imposible con un premio a la "mejor novela del año". Los criterios de elección de las obras galardonadas por el Deutscher Buchpreis varían entre premiar obras accesibles y elevadas, y el éxito con el jurado a veces difiere considerablemente del éxito en el mercado. Esta es una retrospectiva de los galardonados de los últimos diez años:
Eugen Ruge: In Zeiten des abnehmenden Lichts (2011)
Es una novela sobre Alemania, una obra refinada y ambiciosa que no tardó en convertirse en un clásico muy leído.
Ursula Krechel: Landgericht (2012)
Landgericht fue una campeona digna. Sin embargo, 2012 fue un año literario tan potente que podrían haberse elegido media docena de "mejores novelas", lo que demuestra un problema irresoluble del premio: de golpe aparecieron novelas tan excelsas como Sand, de Wolfgang Herrndorf; Fliehkräfte, de Stephan Thomes; Indigo, de Clemens J. Setz, y Nichts Weißes, de Ulf Erdmann Ziegler. Aller Tage Abend, de Jenny Erpenbeck, y Der Russe ist einer, der Birken liebt el debut aclamado por la crítica de Olga Grjasnowa, apenas llegaron a la lista larga.
Terézia Mora: Das Ungeheuer (2013)
La novela entusiasmó al jurado por el contraste entre ambas voces y el equilibrio entre algunas escenas tristes y otras cómicas y extravagantes. Estas últimas también son muy necesarias, pues es evidente que la autora estudió muy de cerca lo que provoca la depresión en las personas, por lo que los pasajes de Flora están escritos con una precisión clínica que después de un rato cansa y ya no ofrece conocimientos nuevos.
Lutz Seiler: Kruso (2014)
Con Kruso, Seiler logró un truco raro en la literatura alemana contemporánea: es una persona reconocible, un personaje con todas sus contradicciones, casi salido de una novela realista decimonónica, pero nunca pasado de moda. Kruso no es un ejemplo a seguir, es alguien que defiende sus principios a pesar de sus rasgos anárquicos, simplemente es una persona, algo que los autores nacionales se atreven a crear muy de vez en cuando, a diferencia de lo que sucede en el mundo anglosajón, por ejemplo.
Frank Witzel: Die Erfindung der Roten Armee Fraktion durch einen manisch-depressiven Teenager im Sommer 1969 (2015)
La crítica quedó entusiasmada, las cifras de ventas crecieron... pero sigue en duda que los compradores de verdad hayan leído ese mamotreto. Sin embargo, con esta novela se puede hacer algo que en realidad está permitido con todas, pero que aquí es prácticamente obligatorio: saltarse capítulos enteros o solo leerlos por encimita, y luego hundirse a fondo en otros (¡como la magnífica interpretación caprichosa de la obra maestra de los Beatles, "Sgt. Pepper"!). Un libro que es una caja de sorpresas.
Bodo Kirchhoff: Widerfahrnis (2016)
Que la voluminosa novela de Bodo Kirchhoff Die Liebe in groben Zügen, que ahora se considera una de sus obras más importantes, ni siquiera haya llegado a la lista corta en 2012 sigue siendo una de las decisiones más cuestionables del jurado. Quizás se hayan dado cuenta demasiado tarde de que habían dejado una obra maestra en los últimos puestos y por eso, un intento un tanto tosco de subsanar ese error, cuatro años después decidieron darle el premio al mejor libro del año a su noveleta Widerfahrnis, una obra más bien secundaria en la producción de Kirchhoff.
Robert Menasse: Die Hauptstadt (2017)
Aunque uno aprenda y comprenda, queda siempre un resabio un tanto amargo: todos esos personajes están ahí para cumplir una función, no parecen realmente vivos. Cumplen con un objetivo que no recae en sí mismos, sino en la descripción de las relaciones en la Unión Europea; en eso, a la novela le falta un poco de ímpetu épico.
Inger-Maria Mahlke: Archipel (2018)
Por anticuada que pueda parecer esta necesidad, para los lectores que "quieren saber qué sigue", Archipiel no es la obra adecuada. Aún peor: la narración no cronológica hace que siempre sepamos más que los personajes; a veces eso está bien, pero a la larga el interés se desgasta un poco y la razón de fondo de ese método no se atisba tan fácilmente.
Saša Stanišic: Herkunft (2019)
Así, a partir de muchas impresiones, surge un retrato del antiguo hogar derrumbado, pero también una imagen crítica, pero no amarga, de Alemania como destino de migrantes. Por eso Stanišic habla de "hogares" en plural de manera muy consciente. Su libro es parte novela, parte autobiografía y siempre una mera fantasía deliciosamente extravagante.
Anne Weber: Annette, ein Heldinnenepos (2020)
Con sus versos no rimados, pero siempre con ritmo, Weber logra una distancia en la cual el asombro de la mujer testaruda y las preguntas sobre los límites de una vida en constante resistencia contra las circunstancias preponderantes se equilibran hábilmente. A Anne Weber, quien vive en París desde hace muchos años, no le interesa hacer una biografía, sino una vida ejemplar sobre un individuo en disputa constante con su sociedad.