Columna sobre el lenguaje
Palabras fértiles

Ilustración
Liberación a través de la nueva lengua | © Goethe-Institut e. V./Illustration: Tobias Schrank

Una y otra vez, nuestro columnista se acuerda de su abuela, pues, según él, ella encarnaba la unidad entre la lengua y la vida. Con frecuencia piensa en sus consejos, también en tiempos difíciles como los actuales.

En aquellos momentos en que ya no sé qué hacer, en que siento miedo de la propia existencia, me descubro pensando en mi abuela. Más precisamente, me descubro pensando en las cosas que ella de vez en cuando decía cuando todavía vivía, y que conservo como talismanes. Son palabras que para algunos parecerán insignificantes, pero que a mí me dan fuerza, esperanza o simplemente consuelo.

Un llamado a los hechos

Sí, lo sé. ¿De qué sirven las palabras? Todos conocemos alguna variante de la frase “¡Hechos, no palabras!”, bien como aforismo didáctico (“Que tus actos hablen más que tus palabras“), bien como advertencia (“¡No hables, actúa!”), o bien como sentencia sabia, pero también algo cursi (“La verdad se reconoce no en las palabras bellas, sino en los actos silenciosos”). Durante mi infancia en Latinoamérica, una región marcada por el influjo del cristianismo, el mensaje era de tipo bíblico. Así uno decía o escuchaba a menudo la frase “Por sus frutos los conoceréis”, citando así, quizá sin saberlo, las enseñanzas de Jesús en el Evangelio según San Mateo.
 
Todas esas palabras expresan lo mismo: puedes decir y aseverar lo que quieras, pero si a tus palabras no les siguen hechos o, peor aún, si tu comportamiento contradice tus palabras, entonces lo que dices no tiene ningún efecto. En otras palabras, uno sabe quién es alguien por sus actos, no por su blablablá. Y sin embargo, ahí están las palabras de mi abuela que me acompañan y me animan cuando las dudas me agobian. ¿Por qué?

Palabras como guías

Porque hay personas excepcionales en las que las palabras y los hechos confluyen. Si aquello que han dicho es lo único que nos queda de ellos, sus palabras se convierten en poderosas guías. La madre de mi madre era una ama de casa sencilla y discreta, cuya vida nunca fue fácil. No cursó el bachillerato y tuvo una vida humilde, pero creo que pudo comprender algunas cosas importantes. Y vivía como hablaba. Hoy todavía me conmueve darme cuenta de que algunos dichos suyos eran la continuación o la conclusión de otros. Parecen los elementos de una filosofía de vida nunca completamente enunciada, que estimo mucho.
 
A veces mi abuela decía: “Uno se muere y nada se lleva”. Así daba su opinión, muy a su manera, sobre el sinsentido de reunir riquezas materiales. No hay nada que uno pueda llevarse a la tumba. Cuando murió, creo que las cosas que dejó cabían en una sola maleta, pero fueron tantos los parientes y conocidos que la acompañaron el día de su entierro que no todos cupieron en la iglesia.
 
A la oración mencionada más arriba ella solía añadirle un consejo —un consejo bajo ciertas circunstancias audaz, si no arriesgado—: “Si alguien le ofrece algo, ¡acéptelo!”. Eso no significa nada distinto a que la vida es ahora, a que hay que aprovechar una oportunidad cuando se presenta, a que no vale la pena vacilar para aceptarla. Quién sabe si se repetirá pronto. Así, mi abuela dirigía su curiosidad, su entusiasmo por la vida y su generosidad no solo hacia sí misma; también sabía dirigir eso hacia los demás. Por eso, por ejemplo cuando yo aparecía en su casa con un amigo a la hora del almuerzo y le preguntaba si él podía acompañarnos a la mesa, ella reaccionaba con una blasfemia que yo adoraba: “Si cabemos en el infierno, también cabemos aquí”, o algo por el estilo. Mi amigo, pues, podía quedarse.

Vivir el ahora

Entre todos los dichos conservados y olvidados de mi inolvidable abuela hay uno que por estos días (de hecho, todos los días) ronda por mi mente: “Todo viene y todo pasa”. El significado es claro, a pesar de que sea difícil actuar de forma consecuente: los problemas, las preocupaciones y los miedos que nos mortifican no son permanentes. Y tampoco lo son el éxito, ni la satisfacción por un triunfo, ni la felicidad. Esas cosas pasan. Cuando salía de la boca de mi abuela, ese axioma, sin embargo, no desalentaba a nadie. Por lo contrario, traía consigo una motivación continua y era la fuente de las fórmulas vividas de su propio y generoso Carpe diem.
 

Columna sobre el lenguaje

En esta columna nos dedicamos regularmente al lenguaje como fenómeno cultural y social. ¿Cómo se desarrolla una lengua? ¿Qué relación tienen los escritores y escritoras respecto con “su” lenguaje? ¿Cómo marca el lenguaje a la sociedad? Diferentes columnistas –vinculados profesionalmente o de otro modo al lenguaje–, exploran su tema personal en seis entregas seguidas.

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