Ein kaleidoskopischer Blick auf die Grenze

TJ ©Laura Fiorio

Una mirada caleidoscópica sobre la frontera

Sarah Poppel

La Border Curios

Una mirada caleidoscópica sobre la frontera

Sin necesidad de alejarse mucho en el tiempo, podemos encontrarnos con una Alemania que estaba dividida por una frontera de 1400 km, con un muro de 160 km de longitud partiendo Berlín en dos. Sólo por extensión no es comparable con la frontera de 3180 km que separa los Estados Unidos Mexicanos de los Estados Unidos de América, además de que estas dos líneas fronterizas tienen su origen en circunstancias sociopolíticas temporales y geográficas muy distintas. Sin embargo, se las puede comparar en su función de divisor entre dos mundos: allá entre Oeste y Este, aquí entre Norte y Sur. Tanto aquí como allá encontramos el mismo poder represivo y excluyente que las fronteras ejercen sobre los individuos según su origen: unos tienen permitido cruzarlas sin visa (los del Oeste/ Norte), mientras que otros no (los del Este/ Sur). Pero simplemente prohibir el cruce de fronteras no ha impedido que el ser humano lo haga, pues lo hace diariamente, ya sea en busca de una vida mejor o en busca de paz, incluso a costa de su propia vida. Así, entre los años 2015 y 2016 entraron a Alemania más de un millón de migrantes ilegales, sobre todo refugiados de países en guerra como Siria, Afganistán e Irak. Este fenómeno llegó a ser oficialmente reconocido como una crisis migratoria, que no sólo afectó a Alemania, sino a toda Europa. Y continúa sin encontrar su fin.
 
Ante este rápido esbozo de relaciones históricas y de política cotidiana y al ser nosotros una institución alemana ubicada en un país como México, en donde temas como la experiencia de la frontera y la migración siempre –y más desde que se instauró el nuevo gobierno de los Estados Unidos hace dos años– han despertado debates acalorados, nos vemos buscando un acercamiento a estos temas en nuestra programación cultural. En México, la ubicación de Tijuana es muy peculiar. Es una ciudad que está lejos del “centro” pero que, al mismo tiempo, está a inmediaciones de otro ámbito cultural, que es aquel impregnado por los Estados Unidos. Este lugar fronterizo, además de todas las nociones y prejuicios correcta- o incorrectamente relacionados con él, nos parecieron tan relevantes culturalmente como para brindarle un enfoque especial en nuestras actividades. De ahí nació la idea de crear, con la cooperación de instituciones locales, una residencia artística que invite cada año a un artista de Alemania. Para el primer proyecto de residencia, en otoño de 2017, se decidió invitar a la fotógrafa Laura Fiorio, quien es de origen italiano pero desde hace muchos años radica en Berlín. Su interés artístico consiste en la investigación del medio de la fotografía como posible vehículo de cambio social, sumado a la inclinación por involucrar activamente a la población local en el desarrollo de sus proyectos. Esta propuesta participativa se acopló con nuestro deseo de agregar la organización de talleres al trabajo individual sobre el tema de la frontera. En estos talleres la artista compartiría sus experiencias artísticas con personas jóvenes, interesadas en la fotografía.  
 
¿Qué significa la frontera? Al hablar de fronteras, ¿no se habla simplemente de líneas artificiales y vacilantes cuyo origen, cambio o desaparición depende enteramente de la intervención humana, como pueden ser la conquista territorial o las ideologías políticas? ¿No procedería entonces empezar investigando la frágil línea divisoria entre realidad y ficción de las diferentes narrativas que se dejan encontrar o inventar en torno al tema de la frontera? ¿Cómo puede expresarse el medio de la fotografía sobre esta frágil línea? Reflexiones de esta índole fueron las que despertaron el interés de la fotógrafa Laura Fiorio en un primer momento, todavía antes de llegar a su destino. Consigo trajo un resumen de esta serie de cuestionamientos en la siguiente pregunta central: ¿Cuál es el significado de la frontera como una línea de división entre realidades; una línea geopolítica, arbitraria, que influye en la cotidianidad y experiencia de la vida fronteriza? Sin embargo, en lugar de emprender la búsqueda de respuestas por su propia cuenta, aspiró a extenderse en la inclusión de múltiples perspectivas. Por un lado, se acercó a este reto por medio de una amplia investigación, incluyendo conversaciones con individuos de los más variados ámbitos (artistas, activistas, historiadores, empleados de migración, refugiados y deportados). Por otro lado, amplió el espectro al abrir su proyecto a un ejercicio colectivo, al cual invitó a los participantes de los talleres impartidos en el transcurso de su residencia artística. Desde un principio, el concepto de la artista no pretendía imponer una mirada externa única o prefabricada, pues la intensión más bien era adentrarse, observar y escuchar, es decir, adoptar una práctica participativa e interactiva con la que pudiera establecerse un verdadero encuentro e intercambio entre artista, lugar y habitantes como punto de partida de todo el proyecto. Es en ese sentido que La Border Curios intenta crear una mirada caleidoscópica que resume una multitud de narrativas, tanto ficticias como reales –de vez en cuando incluso conflictivas o desconcertantes–, que puede adoptar la frontera según el punto de vista de quien la mira.
 
Fue con estas premisas con las que la artista optó por un acercamiento que Nicolas Bourriaud denominó arte relacional: “[…] un arte que tomaría como horizonte teórico la esfera de las interacciones humanas y su contexto social, más que la afirmación de un espacio simbólico autónomo y privado […]” (Bourriaud, 2008, p.13). Al partir de esta concepción del arte, deja de ser posible asumir a la obra artística como un objeto coherente y materialmente cerrado en sí mismo. Para acercarnos a esta comprensión abierta de la obra de arte debería reformularse la pregunta ¿qué es la obra de arte? a ¿cuándo y en dónde ocurre la obra de arte?. En La Border Curios –la exposición o la publicación– nos encontramos con objetos singulares y materiales que evidentemente pueden definirse como obras artísticas. Sin embargo, estas obras no son más que un último testimonio de un amplio proceso de interacciones sociales in situ, en las que se vincula el desafío personal de la artista con el desafío colectivo de los co-autores, culminando en las diferentes manifestaciones del proyecto.
 
Los talleres constituyeron una plataforma importante para el intercambio de ideas y de conocimiento. Con la presentación de su método personal de trabajo, Laura Fiorio transmitió los primeros impulsos que habrían de despertar la inclinación de los participantes a investigar su vida en la frontera por medio de la fotografía. El verdadero desarrollo del proyecto proviene, no obstante, de decisiones entre todos los participantes, ya fuera la decisión de implementar cierta forma de proceder o la de colocar el foco en la Plaza Viva Tijuana como centro de acción. La Plaza Viva Tijuana, diseñada en los años noventa y desde entonces sujeta a fuertes cambios urbanos, une el espacio entre los cruces fronterizos de San Ysidro y Pedwest (en mayor detalle entra “La Plaza Viva Tijuana como lugar no-muerto” de Alfredo González Reynoso). En esta plaza fueron fotografiados transeúntes a quienes se les hicieron preguntas fundamentales respecto a su identidad, su origen, las actividades que realizan en Tijuana y si les era posible cruzar la frontera (legalmente); por cierto, estas preguntas son también planteadas en el cruce regular de la frontera. Ahora todos estos transeúntes nos miran, reuniendo rostros de hombres y de mujeres, unos jóvenes, otros viejos, unos sonrientes, otros serios. ¿Es posible averiguar con seguridad quiénes de ellos son de nacionalidad mexicana, quiénes tienen la posibilidad de cruzar libremente la frontera o quiénes permanecen en Tijuana de forma voluntaria y quiénes no? Eventualmente concluimos que no llegaremos muy lejos en la solución de estos cuestionamientos, al igual que ya no podemos asignar las presentes pero ya dispersas respuestas sobre la identidad de cada individuo al rostro al que corresponden. Finalmente, el camino sólo puede redirigirnos a nuestra propia mirada, con sus expectativas y preconcepciones. Tal vez no se sorprendería esa mirada al saber que muchas de las personas entrevistadas ya estuvieron, alguna vez, ilegalmente en los Estados Unidos, habiendo sido deportados y pasando ahora su tiempo en Tijuana de forma involuntaria. Lo que quizá sí sorprendería a esta mirada sería saber que la mayoría de estas personas son habitantes de Tijuana desde hace muchos años, si no es que desde su nacimiento. Para estas personas Tijuana es su casa. No importa si esto aplica también a la gran familia que pasea por la Plaza Viva Tijuana, los indigentes, los meseros, el operador de un baño público, los vendedores ambulantes, los soldados de la frontera o los empleados de migración –que son con quienes nos enfrentamos en las fotografías de Laura Fiorio–. Lo que importa es que todas estas personas están conectadas con la frontera por su historia personal y particular, historias que merecen ser escuchadas. Al final nos encontramos también con la frontera misma, visible como reja, muro o como pared de chapa, como serpiente metálica que se retuerce a través del paisaje, como fondo para Grafiti, en la playa, desapareciendo en el agua y continuando, invisible, por otros cientos de metros.  
 
En el siglo XIX, la frontera estaba únicamente marcada con “mojoneras” (véase el texto de Mariel Miranda para una profundización histórica de este asunto). Para los turistas provenientes del norte, que se dejaban retratar frente a éstas por fotógrafos ambulantes, la mojonera constituía un símbolo del viaje a México. La foto la recibían en el formato de una postal, que complementaba el sombrero y el poncho como souvenirs (probablemente los más estereotípicos de la visita al suelo mexicano). En el centro de Tijuana, cerca de la Plaza Viva Tijuana, sólo existía una mojonera, por lo que los fotógrafos comenzaron a usar réplicas de cartón para aumentar sus ganancias. Hoy volvemos a ver a la mojonera, en la forma de una piñata gigante, acarreada por las calles de Tijuana por la persona que la creó. Este fabricante de piñatas, que también fue deportado alguna vez y que ahora dirige un centro de refugiados, creó la mojonera-piñata a instancias de Laura Fiorio, con el fin de que fuera parte de un reenactment performativo. Tanto entonces como ahora posan personas con la mojonera, aunque hay momentos en los que queda como solitaria protagonista en el paisaje urbano de la frontera, enriquecida por signos y escenarios de la actualidad; un símbolo fondeado por otros símbolos.
 
La resurrección de la mojonera sería sólo de corta duración, al igual que el acto final del proyecto, para el cual el equipo artístico ocupó un local vacío de la Plaza Viva Tijuana, desplegando durante dos días una especie de galería de curiosidades de la frontera. Fue en este espacio en donde finalmente confluyeron las miradas individuales con las investigaciones colectivas sobre las líneas fronterizas, dando lugar a un todo que congregaba múltiples perspectivas. A las manifestaciones artísticas ya mencionadas se sumó una selección de fotografías de los participantes del taller, montadas en marcos encontrados, que en el muro formaron un mosaico que recordaba al aire familiar, y a la vez nostálgico, de una colección de fotos familiares. Y de verdad se trata de testimonios muy personales; una última fragmentación de perspectivas y de sus estratos semánticos, unidos en una poesía de la frontera. La fría monumentalidad de edificaciones arquitectónicas contrasta con minuciosas tomas de detalles, de igual forma que se contraponen escenas cotidianas y banales con peculiaridades que van desde absurdas y cursis hasta funestas y lóbregas. Todos estos significados pueden ser adjudicados a la frontera, ya sean reales o ficticios, pues finalmente no son más que instantáneas que entran dentro de un específico contexto temporal y geográfico, tan fluctuante como las propias fronteras.

 

 

 

 

 
 
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