Racismo en Argentina
El mito del crisol de razas

El monumento a Cristóbal Colón, desmontado en 2013, en Buenos Aires
El monumento a Cristóbal Colón, desmontado en 2013, en Buenos Aires. En 2013, la estatua fue motivo de acalorados debates cuando la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner decidió sustituir a Colón por la estatua de un líder del Ejército Revolucionario durante la Guerra de la Independencia. Hubo disputas legales sobre la ubicación de la estatua de Colón. En 2017, se volvió a erigir en un lugar menos prominente de la ciudad. | Foto (detalle): David Fernandez © picture alliance / dpa

En una declaración reciente que generó indignación dentro y fuera del país, el presidente de la Argentina, Alberto Fernández, sostuvo que los argentinos “descienden de los barcos”, por comparación con los mexicanos, que “salieron de los indios” y los brasileros, que “salieron de la selva”. Repetía un viejo concepto que antes que él otros mandatarios, intelectuales, periodistas y gente del común hicieron propio.

De Ezequiel Adamovsky

Las élites que construyeron la nación argentina lo hicieron postulando que ella se encarnaba en un pueblo blanco-europeo. A fines del siglo XIX los habitantes de origen amerindio y africano fueron declarados extintos o reconocidos como un residuo del pasado en vías de desaparición por efecto del enorme torrente inmigratorio europeo. Las narrativas que dieron consistencia a una identidad nacional se construyeron, de ese modo, alrededor de la idea de que el “crisol de razas” había dado como resultado una “raza argentina” que era blanca y de origen europeo. La distancia entre este pueblo ideal y la realidad demográfica, sin embargo, es muy notoria. Gracias a los estudios genéticos hoy sabemos que alrededor del 70 por ciento de la población argentina tiene ascendencia amerindia mientras que un porcentaje acaso cercano al 10 por ciento tiene raíces africanas.
 
Encuestas y estudios genéticos recientes también demuestran que las personas con ancestros indígenas o africanos tienden a tener empleos peor remunerados que los de orígenes 100 por ciento europeos, a la vez que suelen residir con mayor frecuencia en zonas desfavorecidas. Las jerarquías de clase en Argentina se superponen con jerarquías de los colores de la piel bastante evidentes.

Un mito que se erosiona

A pesar de la distancia entre la imagen del pueblo “blanco” y la realidad, y a pesar también de los frecuentes insultos racistas con los que se buscó descalificar a las clases populares en diversos momentos de la historia argentina, sólo en los últimos años comenzaron a surgir identidades que hacen del estigma de ser un no-blanco un emblema de orgullo. ¿Por qué ahora y no antes?
 
En su funcionamiento práctico, el mito del crisol de razas no excluía de la pertenencia a la nación a las personas de otros colores de piel o extracciones étnicas. Más bien, las forzaba a “disimular” cualquier marca de su origen diverso, como condición para participar como ciudadano en la vida nacional. Un permanente “patrullaje” cultural (la expresión es de Rita Segato) funcionó desde entonces para borrar cualquier presencia que pudiera refutar o amenazar la consistencia de esa Argentina blanca-europea. Su efectividad, sin embargo, dependía de la capacidad del Estado-nación de sostener una promesa de integración a la vida social disponible para todos.

"En su funcionamiento práctico, el mito del crisol de razas no excluía de la pertenencia a la nación a las personas de otros colores de piel o extracciones étnicas. Más bien, las forzaba a “disimular” cualquier marca de su origen diverso, como condición para participar como ciudadano en la vida nacional".

A pesar de la inestabilidad que caracterizó a la Argentina del siglo XX, hasta mediados de la década de 1970 el Estado consiguió ir ampliando los sentidos de la ciudadanía y los derechos asociados a ella. Pero las cosas comenzaron a cambiar a partir de 1976. El golpe militar de ese año inauguró un largo período de clausura política, seguido de regímenes democráticos que sólo ofrecían formas de participación devaluadas. Las políticas neoliberales implementadas desde entonces empobrecieron a la población. Las funciones de bienestar del Estado fueron rápidamente desmanteladas. El resultado fue una catástrofe socioeconómica, patente en el empeoramiento de todos los indicadores de desarrollo y bienestar sociales, que alcanzó su pico máximo inmediatamente después de la crisis de 2001.
  • Racismo – IIndígenas en la entrada de su pueblo Onedi, Gran Chaco, provincia de Formosa, Argentina © picture alliance / imageBROKER | Florian Kopp

    Indígenas en la entrada de su pueblo Onedi, Gran Chaco, provincia de Formosa, Argentina, 2012.

  • Racismo – Buenos Aires, Argentina, marzo de 2021: Mujeres indígenas actúan durante la marcha hacia el Congreso Nacional. © picture alliance / ZUMAPRESS.com | Alejo Manuel Avila

    Buenos Aires, Argentina, marzo de 2021: Mujeres indígenas actúan durante la marcha hacia el Congreso Nacional.

  • Racismo – Cacique con documentos con los que quiere hacer valer legalmente el reclamo de tierras de su comunidad indígena. Si no lo consigue, los Wichi perderán su territorio a manos de grandes terratenientes. © picture alliance / imageBROKER | Florian Kopp

    Cacique con documentos con los que quiere hacer valer legalmente el reclamo de tierras de su comunidad indígena. Si no lo consigue, los Wichi perderán su territorio a manos de grandes terratenientes. El Escrito, Gran Chaco, Salta Argentina, fotografía de 2010.

  • Racismo – Una protesta de comunidades indígenas argentinas en Buenos Aires © picture alliance / dpa | David Fernandez

    Una protesta de comunidades indígenas argentinas en Buenos Aires el 6 de junio de 2013: Exigen el fin de los ataques contra ellos y defienden sus derechos tras la muerte de un miembro de la etnia Gom durante los enfrentamientos con la policía en mayo de 2013.

  • Racismo – La Marcha Nacional Indígena Argentina © picture-alliance / dpa | ANDRES PEREZ MORENO

    La Marcha Nacional Indígena Argentina llega a la Plaza de Mayo en Buenos Aires, después de recorrer miles de kilómetros por todo el país para exigir la defensa de sus tierras y su cultura, durante las celebraciones nacionales del Bicentenario de la Revolución de Mayo. Fotografía del 20 de mayo de 2010.

  • Las ruinas de San Ignacio Miní, Patrimonio Mundial de la UNESCO, Argentina. © picture alliance / Christian Ender

    Las ruinas de San Ignacio Miní, Patrimonio Mundial de la UNESCO, Argentina. Durante la antigua Reducción Jesuita, un asentamiento construido por los jesuitas para misionar a los guaraníes en Suramérica, la población indígena encontró protección frente a la esclavitud de las potencias coloniales.

En ese contexto de alta fragmentación, el “patrullaje cultural” que aseguraba la consistencia de un Pueblo homogéneo perdió parte de su efectividad, abriendo la oportunidad para cuestionamientos más abiertos y profundos. A ello también contribuyó el impacto de discursos multiculturalistas a nivel internacional, que alcanzaron influencia en los medios de comunicación y en la alta política argentina en los años noventa.

Nuevas identidades emergentes

El debilitamiento de la presencia integradora del Estado y el fin de la “sociedad salarial” – es decir, del empleo como columna vertebral de los proyectos de vida de las personas – generaron efectos culturales novedosos. La ciudadanía había perdido en parte su sentido real y concreto y eso abría para muchos una crisis del sentido de pertenencia a una comunidad nacional. El contacto con el trabajo era más fragmentado y efímero, lo que significaba que las identidades trabajadoras que habían vertebrado el mundo popular también entraban en crisis. La crisis de los sentidos de pertenencia abrió la posibilidad de que cada cual buscase nuevas maneras de sentirse parte de alguna comunidad, sea acercándose a una nueva, sea intentando hacer lugar para comunidades más pequeñas y particulares dentro de la nación.

"Entre los pueblos originarios, los años ochenta y noventa presenciaron una intensa actividad de afirmación de la cultura propia. Desde finales de la década de 1980 se percibió también un renacimiento del asociacionismo entre los afroargentinos, una colectividad que había permanecido 'invisible' durante décadas".

Parte de estas renegociaciones de los sentidos de pertenencia apuntaron directamente al sentido de la “argentinidad”. De varias formas las clases populares impugnaron en estos años las definiciones de lo argentino propuestas por la cultura dominante. El área donde esta novedad se notó con mayor fuerza fue la de la etnicidad. Entre los pueblos originarios, los años ochenta y noventa presenciaron una intensa actividad de afirmación de la cultura propia. Desde finales de la década de 1980 se percibió también un renacimiento del asociacionismo entre los afroargentinos, una colectividad que había permanecido "invisible" durante décadas.

Orgullo de ser negro

Al mismo tiempo, se reafirmaron otros sentidos de “lo negro”, sin relación con lo afrodescendiente sino con la clase social. Con creciente intensidad a partir de fines de los años ochenta se percibe entre las clases populares y sectores medios-bajos un interés por resaltar la negritud como parte de la propia identidad y/o la voluntad de asociarse de alguna manera a lo negro. Más aún, en los años noventa y con más fuerza en la primera década del nuevo milenio, aparecieron por primera vez síntomas de que lo negro – tradicionalmente un insulto o motivo de vergüenza – se transformaba en un emblema de desafiante orgullo. Por ejemplo, el ser un “negro cabeza” es desde entonces motivo de reivindicación en varios artistas y entre el público de la cumbia y también del cuarteto. Luego de 2008 el ser “negro” o “morocho” comenzó también a ser abiertamente blandido como credencial de popularidad entre diversos grupos peronistas, especialmente los kirchneristas, pero también algunos de los de otras orientaciones.

"Pero, con frecuencia, desconocen completamente si descienden de africanos, de algún pueblo originario o de qué mezcla remota entre ellos. Son sencillamente los pobres. Pero saben que hay relación entre el color de su piel y la suerte que les tocó".

Estas nuevas identidades no aparecen, sin embargo, como parte de una empresa de reivindicación de alguna particularidad étnica, sino más bien como un modo de aludir a una subalternidad de clase. Es que la abrumadora mayoría de las víctimas del racismo en Argentina no pertenecen a ninguna minoría. Son esas personas de tez amarronada que conforman el grueso de las clases populares. No son minoría: acaso no hay grupo demográfico más presente. A veces conservan alguna débil memoria de pertenencia étnica (que pueden reactivar situacionalmente si el contexto es favorable). Pero, con frecuencia, desconocen completamente si descienden de africanos, de algún pueblo originario o de qué mezcla remota entre ellos. Son sencillamente los pobres. Pero saben que hay relación entre el color de su piel y la suerte que les tocó.

Las luchas antirracistas, en poco tiempo, han reconfigurado poderosamente el debate público. La necesidad de dar representación a ese conjunto no-específico de víctimas del racismo dio lugar en 2019 a la aparición de Identidad Marrón, un colectivo activista enfocado en la problemática de los sin grupo, los "marrones" genéricos. Seguramente otros cambios sorprendentes esperen a una sociedad argentina que, trabajosamente, comienza a deshacerse del mito de ser blanca y europea.

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