Jerarquías sociales
Las ventajas del trancón

¿Cuán jerárquica es la sociedad bogotana? Nuestra autora estuvo de paseo por Bogotá y nos cuenta sobre los complejos de superioridad e inferioridad de sus ciudadanos.

El único momento del día en el que los bogotanos son iguales es durante la congestión de vehículos de las 6 de la tarde. El hombre que va en su BMW color plata está paralizado, así como la universitaria que va de pie en el bus viejo. Yo, aprisionada por una multitud de gente contra la puerta de un bus de TransMilenio, no corro con mejor suerte: aunque este sistema es la forma más moderna de transporte que esta ciudad ha creado, quien va en uno de los buses rojos también sufre el embotellamiento a su manera. Al pobre muchacho de casco azul que escogió la bicicleta no le va mejor. En Bogotá, la cultura del respeto por el ciclista crece muy lentamente, y quien va en bicicleta todavía corre grandes riesgos.

Y así, en el trancón de las 6 todos sufrimos por igual. Pero en el resto del día, las personas en Bogotá se sienten distintas unas a otras. Superiores o inferiores, pero distintas.

“Cuando no está mi esposo, yo almuerzo con mi empleada”

Blanca Rey lo tiene clarísimo. De lunes a viernes sabe que su deber es almorzar en la cocina. Hace cincuenta y nueve años nació en un pequeño pueblo cercano a Bogotá y a los doce se fue de la casa, porque era la mayor de nueve hermanos y sintió que no podía estorbar más. Llegó a Bogotá a trabajar como “interna” en lo que ella llama “una casa de familia”. Eso significa que solo cada dos semanas tenía un día de descanso fuera de la casa. Diariamente debía lavar, planchar, cocinar y mantener la limpieza. “Por eso nunca estudié”, dice Blanca.

Blanca ha trabajado en muchas casas de familia en Bogotá. “Todas familias bien”, comenta. Y aunque al principio se sentía mal por comer en la cocina mientras los demás charlaban cómodos en el comedor, hoy considera que la cocina es su espacio. “Algunos jefes me dicen de vez en cuando, venga Blanquita y coma con nosotros, pero yo les digo que me dejen donde estoy”.

Rosa Suárez, mi vecina, por su parte, no le ve ningún problema a que su empleada del servicio coma junto con ella. “Cuando no está mi esposo, yo almuerzo con mi empleada, pero claro que eso no se lo cuento a nadie”.

- “¿Y si alguna de sus sobrinas se enamora de un hijo de su empleada?”, le pregunto. “Uy no, eso si no”, responde.

Honorio Rivera, antropólogo de la Universidad Nacional de Colombia, explica que en Latinoamérica existe una “herencia colonial española en la que siempre hubo gente por encima de otra. El cura, por ejemplo, superior al feligrés”. Y afirma que aunque Bogotá es una ciudad pionera en procesos de inclusión de otras culturas, “existe un estereotipo hacia el otro que lo vuelve invisible. Al afrodescendiente lo asociamos con la pereza. Al indígena, con lo bajo”. Y así, nos inventamos razones para nuestros sentimientos de superioridad. Rosa dice que cuando una prima se casó con un indígena, toda la familia reaccionó mal. “Es que él olía feo”, aclara.

Un Estado que mima a unos pocos

Hace poco esperaba en una fila interminable para afiliarme al sistema colombiano de seguridad social y de pensiones. Sabía que tendría que esperar durante horas. Mientras esperaba, vi a una modelo famosa hablando y sonriendo con el portero. Mientras el resto de personas seguíamos en la fila, ella, en un par de minutos, había entrado y salido victoriosa con sus papeles en la mano.

“En Colombia la gente no es igual ante el Estado y también por eso se siente distinta en su vida cotidiana. En otras sociedades, todos los ciudadanos son iguales para el Estado y tienen los mismo derechos”, afirma Wilfredo Remolina, sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia. “Aquí, quien hace valer sus derechos es quien tiene algún tipo de poder, sobre todo económico”.

Remolina cree que el acceso cada vez más democrático a la información hará que con el tiempo estas jerarquías se desvanezcan. Pero a las nuevas generaciones aún nos falta mucho por comprender. Y también a las instituciones que nos educan.

En la Universidad de los Andes, varios estudiantes hicieron un escándalo enorme cuando las directivas decidieron bajar los controles de entrada para que, por un solo día, cualquier persona pudiera entrar al campus. “¿Qué vamos a hacer con tanta rata rondando en la universidad?”, escribió un estudiante en Facebook. Ahora que el gobierno nacional decidió entregar mil becas a estudiantes de bajos recursos, la aparición de comentarios de este tipo en las redes sociales demostró que somos una sociedad llena de prejuicios.

Cadenas difíciles de romper

El problema es que, gracias a los privilegios de que goza quien se siente superior, todo el mundo quiere llegar a esa posición. Marlon, el vigilante de mi edificio, me cuenta que a su esposa, que es camarera, la jefa la insulta cuando hace algo mal. Y las demás compañeras se burlan. “Ahora que van a ascender a mi esposa, las compañeras van a ver cómo es la cosa”.

Y así, nuestras jerarquías siguen alimentándose día a día. El portero de una discoteca de moda nos deja entrar a todos, menos al novio de una amiga que tiene piel oscura. El mesero de un restaurante en la elegante “Zona G” casi no nos atiende a mi novio y a mí esta noche, porque primero debe ir dónde están los señores de traje. (A ellos les habla con amabilidad. Con nosotros es tosco y cortante.) El empleado de una librería en el exclusivo norte de la ciudad me persigue entre los estantes de libros para percatarse de que no soy una ladrona...

Pensándolo bien, casi me gusta el trancón de las 6 de la tarde.

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