La estupidez colectiva

Fue como si la gente empezase a cortarse con vidrio para probar que el vidrio no corta, a quemarse con fuego para probar que el fuego no quema y a odiar a los otros porque lo ordenó Whatsapp.

De Cláudio do Couto

De alguna manera, la máxima genialidad y la estupidez extrema se igualan en un territorio extraño. Mucha gente siquiera logra suponer qué tiene en la cabeza alguien sumamente inteligente o alguien sumamente estúpido, y quizá no sea demasiado estúpido comparar los inhóspitos y casi deshabitados extremos de la mente humana con los polos de la Tierra. A medida que nos vamos acercando a los trópicos, en donde habitamos casi todos, oscilamos entre el norte y el sur por entre clichés y grandes descubrimientos, arte sublime y chistes infames. Aprendemos tempranamente que el fuego quema, que el vidrio corta, que el planeta es esférico, que la justicia es imparcial y que nos protege a todos, que la guerra no es buena, que el racismo es intolerable, que las armas matan y que solamente es posible convivir mediante la tolerancia y el diálogo. 

Y así íbamos viviendo, en un clima casi siempre más ameno, alternando días buenos y malos, viendo que la gentileza tenía más éxito que el odio y creyendo que la curvatura de la Tierra en la ventanilla del avión era la curvatura de la Tierra y no un efecto gráfico creado para engañar a la humanidad. Pensábamos que las opciones políticas de los otros eran una cuestión de fuero íntimo. Pero un día entonces, un día cualquiera, que soplaba un viento aparentemente común, empezó una era glacial que llegó rápido. 

Vientos congelantes que parecen salidos del polo de la estupidez absoluta cubrieron con un hielo estúpido inmensas superficies de la Tierra hasta el ecuador, y fue como si la gente empezase a cortarse con vidrio para probar que el vidrio no corta, a quemarse con fuego para probar que el fuego no quema y a odiar a los otros porque lo ordenó Whatsapp. Y nosotros, quienes en las vacaciones incluso intentábamos atravesar el Ecuador en dirección hacia el otro polo, para ver, aunque sea de lejos, una nievecita de inteligencia y buen gusto, no tenemos ni siquiera ropa para afrontar ese frío. Sencillamente no sabemos qué hacer. 

Es como si nevase en Manaos. Las cosas sencillamente dejaron de tener sentido de una hora a otra, y vientos fustigantes pasaron a azotar la más simple noción de lógica. Desprecian la ciencia, desean la muerte del diferente, espuman odio contra el conocimiento, abarrotan las playas en medio de una pandemia y hacen un culto de la ignorancia como si fuese el Santo Grial hallado al fin. La estupidez colectiva es paralizante, congelante y mortal. Pero las eras glaciales, como es sabido, un día terminan.

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